Más de un color

¿Has visto el azul imposible

del cielo antes de sacar a jugar al sol?

Te enseña la profundidad del universo

el momento cuando estalló.

Salieron todos los colores y ese azul.

No se puede pintar, ni poner en una tela.

También el del mar frente a la playa negra,

cuando está revuelto y no sabes si es gris,

o trae todo el verde del mundo,

mezclado con sal, arena, deseo de romper.

Tal vez ese es el color de la muerte, bello, frío, un poco sucio.

El anaranjado del fuego sobre la madera,

todo calor, peligro, huele a noches juntos.

Y luego está el color que se va,

cuando tú no estás.

Liberar

El último tatuaje que me hice es mi mantra: “El control no es poder”. Me ha costado dolor, desvelos, pérdidas y años aprender qué significa. Hasta que entendí a soltar la ilusión de quererlo todo ordenado y planificado. Las cosas se deben preparar, claro, pero también dejarlas ir. Como una buena salsa verde que lleva los mismos ingredientes básicos con las variantes del día.

La base, lo fundamental no cambia. Pero dudo que un árbol, hasta el de raíces más profundas, pueda y quiera saber exactamente hacia dónde se tuerce cada una de sus ramas. Se vale liberar la necesidad de tenerlo todo de cierta forma.

Me permito cambiar la receta de mis cosas. Puedo hacerlas ricas siempre. Allí está mi poder.

Racional

Hago muchas cosas que parecen no tener causa. Pero si lo escarbo un poco, todo tiene un fundamento. No es siempre el mejor ni el más racional, pero algo de sentido me hace.

En muchos casos, tomamos decisiones emocionales y las vestimos de consideraciones lógicas: yo quiero comprar x o y porque tiene estas ventajas, cuando la verdad es que lo compré porque me gusta el color. No todo debe ser algo tan pensado como para escribir una defensa de tesis. Pero en nuestra vida diaria, encontrar las causas sí es importante. Porque tal vez no estamos haciendo lo mejor para nosotros y no entendemos por qué.

Personalmente, todo lo que hago tiene lógica. Y siempre es bueno encontrarla. Aunque la misma no resuene con los demás.

Mal hechas las cosas buenas

Debo confesar que es primer año de mi vida que forro libros y cuadernos. Mi mamá me hizo los míos siempre y Glenda hizo los de los niños hasta este año. Cómo la extraño… Sobre todo porque me quedan horrendos. Tres cuadernos parecen forrados por un niño de dos años. El resto por uno de diez. No, mentira, mi hija de diez años forró mejor sus cuadernos que yo.

Pero lo estoy haciendo. Hay cosas que mejor terminar, no importa el grado de excelencia, porque ponerse tikismikis sólo impide el progreso. El chiste es que los cuadernos estén protegidos. Lo están. Que tengan cierto color. Lo tienen. Y que los tenga ya. Ya estuvo ya. Desgastarme en la perfección de cosas que no la valen, me quita demasiado espacio emocional y ya de por sí ése es escaso.

Las cosas buenas, como dedicarle el tiempo a mis enanos para forrarle sus libros, hacerles comida, escucharlos, pueden no ser perfectas todo el tiempo. Pero tienen qué hacerse de forma constante para compensar las burbujas de aire y las arrugas en el forro. Espero. Si no, ya tendré el siguiente año para volver a practicar.

Las piedras

Qué difícil ver los cimientos de los edificios una vez están construidos. Pero allí están, sin dudarlo. Nosotros, todos, estamos construidos de igual forma sobre piedras angulares que nos dan forma. Los recuerdos fundamentales de nuestras vidas nos limitan la resistencia que tenemos a los elementos, nuestra sanidad, nuestra felicidad.

La maravilla de ser seres humanos con cerebros plásticos es que podemos cambiar hasta los recuerdos, al menos colgarlos con otros marcos y así, transformar nuestras vidas.

Realmente yo no sabía que una de las experiencias más importantes de mi infancia no la había compartido jamás, hasta que escribí acerca de ella. Ha sido el marco de referencia para mucho de mi comportamiento, creí que la gente cercana a mí la conocía. Y no. Pero ahora que pude hablar de ella, deja de tener el peso de antes y me permite reenmarcarme . Tal vez todo eso sí es una mejor forma de arquitectura.

No saber

No sabemos, al término de nuestros días

cuántas veces no nos escogieron

ni de quién podemos ser

el riesgo no tomado que se lamenta.

Contemplaremos nuestras vidas

con recuerdos de lo hecho

y añorando lo evitado,

sin tener la historia completa.

Alguien más se recuerda

del camino no escogido

y se lamenta

de lo que dejó de hacer.

Ella no, nunca supo.

Una abeja entre el pelo

Admito que cuando las vi paradas a medio camino, con una carreta llena de cosas tapando el paso, mi primera reacción fue de molestia. No es que yo no pudiera hacerme a un lado y rebasarlas, fue toda la narrativa que brotó en automático dentro de mi mente: “en serio la gente no puede hacerse a un lado para detenerse”.

Y es que todos llevamos un guionista que saca parlamentos y nudos narrativos de su bolsa de disparo rápido. Es el mismo que nos alienta a soltar la primera idea (generalmente impertinente) que se nos ocurre acerca de alguien. Por ese poco amable es que muchas veces nos metemos en problemas.

Abundan los desatados en redes sociales, donde la gente cree que conoce a los demás por lo que postean. Si a veces ni a mis hijos conozco sin preguntarles bien qué les pasa, ¿cómo pretender saber lo que está atravesando un extraño a quien seguro no reconozco en la calle?

La chava tenía una abeja tamaño caricatura enredada en el pelo, la mamá, quien llevaba cargado al bebé de la chava, estaba tratando sin éxito de quitársela. Las ayudé. Callé al impertinente. Y recordé mantenerlo en mute.

Cada vez me gusta menos la ropa

O sea, no estoy diciendo que no me guste usarla. Aunque, sinceramente, hay cosas como los zapatos altos que ya deberíamos dejar atrás. Lo que me pasa es que cada vez me parece menos interesante comprarme ropa nueva. Sobre todo cuando las cosas de moda no son de mi agrado. Mi preferencia es por cosas sin adornos y podría bien andar en jeans y t-shirt blanca siempre. Admiro a las personas con un sentido más divertido del estilo y disfruto verlas. Me parece casi mágico cómo algo que a mí se me mira como un saco de penitencia, a otra persona la transforma en realeza.

No estoy segura que la pandemia no haya contribuido a mi desprendimiento estilístico. Probablemente vino a poner aún más énfasis en la falta de necesidad de una décima blusa negra. Pero también se va traduciendo a los ingredientes de mis comidas: no son extravagantes, sólo están preparados con esmero.

Me gusta evolucionar en mis inclinaciones y estar segura que son algo tan indiferente e inocuo hacia terceros, que puedo bien darme el lujo de ir cotra la corriente. Total, si me gusto yo, los demás que hagan cola.

Me reía mucho

Hoy vi a Lesbia al salir de PriceSmart. Ella es una de las personas que le revisa a uno el ticket al salir. Nos abrazamos mucho. Cuando yo era bebé, ella fue mi niñera. La única que tuve, porque en realidad mi mamá siempre se ocupó de mí. Pero algo de ayuda tuvo y Lesbia me cuidó durante mis primeros meses. Me contaba mi mamá que escuchaban carcajadas desde mi cuarto (no pude haber tenido más de seis meses) y mi papá le decía que fuera a ver porque ya eran demasiadas las cosquillas que me estaba haciendo. Varias veces se asomó mi mamá para encontrar a Lesbia parada al lado de mi cuna, sin tocarme. Y yo sin poder parar de reír.

Ella es la última persona que queda viva que me dice “Nena”. Aunque sólo nos vemos cuando voy a esa tienda, el cariño que nos tenemos sigue de siempre. Hay pedazos de la infancia que siguen vivos para recordarnos que fuimos felices. Y que nos reínos mucho.

Propósitos << Necesidades

Resulta que sólo el 8 por ciento de la gente que se pone propósitos al principio del año las cumple. Pero la gran mayoría los hace. Y así, año con año. No aprendemos. ¿Y entonces cómo llegamos a donde se supone que queremos?

El niño dice que quiere no enojarse por cosas tontas. Primer error: querer cambiar su naturaleza. Nadie puede suprimir sus sentimientos sin enfermarse. Segundo: creer que, por el hecho de sentir, ya no queda nada qué hacer. Lo mejor en este caso es identificar el resultado que se desea. Y después de eso toca ver cómo se logra.

El último componente es encontrar el dolor. En qué postura duele más estar. Y huirle.

Los propósitos son vacíos. Hay que establecer caminos para hacer feliz la travesía. La meta, a veces, no nos motiva lo suficiente. Porque, nunca, el fin justifica los medios.