Hoy me fue como en feria en el entreno de karate. No entendí las instrucciones, subo el trasero en las posiciones de las katas, me dieron un zuki en la boca por tarada y me sentí más tiesa que un palo. Llevo casi dos años entrenando por lo menos tres veces a la semana, más lo que practico en casa y aún no me sale lo que me dice la cabeza que tengo que hacer.
He escuchado varias veces que «la ignorancia es atrevida» y tiene toda la razón. No saber a veces nos alienta a hacer cosas de las que no tenemos ni la más panda idea. Hasta nos podemos creer que las hacemos bien (para muestra un montón de audiciones de American Idol que seguro rompían los tímpanos de todos).
La realidad es que, si sólo hiciéramos lo que nos sale bien, no haríamos nada. Todo proceso de aprendizaje conlleva un cierto espacio de retroceso, porque no siempre hacemos todo igual. Si han tratado de cortar una tela, sabrán que uno puede poner el patrón bien de un lado y halarlo del otro y terminar más torcido que un banano.
Igual es con cualquier cosa que hacemos: corregimos una posición y arruinamos el resto. Así me recuerdo que ya me sé «sentar» en mi nekodashi, que por lo menos ya me aprendí las katas que me tocan y que llevo casi dos años. Me falta el resto de la vida para seguir haciéndolo mal, pero cada vez menos peor.