Yo no sé montar bicicleta. Bueno, sí sé montar, lo que no sé es parar. Y eso resulta siendo un poco importante para no estampar la carita en el aslfalto. O las rodillas. Alguna vez despegué cuál Challenger de la bajada cerca de mi casa y ya no volví por otra.
Poner altos en las actividades, sentar límites en las relaciones, poder parar los pensamientos nocivos, nos mantiene con cierto grado de salud. El mayor problema de una situación que se nos sale de control es que ya lleva un cierto ímpetu. A veces no es suficiente querer cambiar el curso que llevamos, es necesario frenar por completo.
Y detener algo en marcha es difícil, porque se necesita la misma cantidad de energía que lo tiene en movimiento. Cansa, agota, duele. Pero hay que saber cuándo hacerlo, o nos vamos a ir a dejar toda la humanidad de calcomanía emocional ante la pared con la que, eventualmente, nos vamos a chocar.
Me cuesta frenar en una bici. Al menos he aprendido a parar las situaciones que me dañan.