Nunca he tenido problema para hablar con extraños. Una combinación de falta de vergüenza y genuino interés. Creo que todos somos parte de un entramado que nos une y que se puede aprovechar de las conexiones aunque sean efímeras.
Resulta que uno de los factores que determinan nuestra felicidad, buena salud y longevidad es, precisamente, la calidad de nuestras interacciones sociales. Incluyendo con extraños. Ese saludo en el elevador, la conversación casual con la persona sentada al lado nuestro en una cola, hasta la disposición a preguntarle algo personal a la cajera de una tienda, nos expanden. Nos hacen más felices. Porque como seres sociales nos sentimos realizados cuando vivimos hacia afuera.
A mis hijos les da pena, tremenda pena, que yo hable con extraños. Pero lo voy a seguir haciendo. Y espero que ellos lo hagan también. Ser feliz es una buena meta.