Fue el calor
hubo tanto
se derritió hasta la ropa
el propio sol hastiado.
Tanto calor
los pasos se me gastaron
la cama en llamas
y no estabas tú.
Fue el calor
hubo tanto
se derritió hasta la ropa
el propio sol hastiado.
Tanto calor
los pasos se me gastaron
la cama en llamas
y no estabas tú.
Últimamente me salen muchos videos que hablan de energía y atracción. Hasta en mi meditación diaria mencionan la diferencia entre enfoque y atención. Y, aunque sigo escéptica del alcance de una “energía positiva”, estoy convencida que todo en lo que me fijo, crece.
El sesgo de confirmación expone que uno tiende a notar más aquello que está buscando. El mejor ejemplo es el del carro rojo: en el momento en el que uno maneja un carro rojo, mira vehículos del mismo color por todas partes. No es que se hayan multiplicado, es simplemente que uno se fija más. Pareciera que esto es una crítica a la forma en que ponemos atención. Pero he llegado a la conclusión que es la motivación perfecta para buscar cosas buenas. Mientras más las busco, más me aparecen. Y con lo pesada que es la vida a veces, cualquier ayuda es bienvenida.
Sigo sin estar ciento por ciento convencida de la efectividad de una simple “vibración mental” para atraer lo que quiero. Pero sí estoy seguro que aquello a lo que le pongo trabajo, energía, dedicación y atención tiene más probabilidades de crecer.
Nos contamos historias de todo. Con hechos o ideas o especulaciones. Pero la forma de entender la vida es narrándola. Con los niños hacemos a veces el juego de inventarnos las vidas de las personas a nuestro alrededor, sobre todo si estamos aburridos.
Pongan a tres autores de distintos géneros a que escriban un libro con los mismos hechos y verán cómo dan resultados completamente distintos. Hasta terror puede salir de una concatenación macabra. Pero todo es el punto de vista. La base es la misma, no cambia.
Aunque yo no soy “irremediablemente optimista”, sí cuento historias. Entiendo que la forma no cambia el fondo, pero definitivamente sí la sensación que uno tiene. Hasta las circunstancias más terribles se pueden suavizar con una buena capa de redimensión. Al menos se entretiene uno haciéndolo.
Cuando abro una bolsa de TorTrix es porque ya soy otra. La que no la abre se queda viendo, decepcionada, hasta que no queda nada. Y luego ambas concuerdan que no era necesario y que la próxima vez no la abrimos y punto. Hasta la próxima vez. No, no tengo un trastorno mental. Es la manera más simple de entender por qué no siempre hago lo que tengo qué hacer.
Todos jugamos papeles distintos, no sólo en nuestras vidas, hasta cada día. No somos los mismos con cada persona con la que interactuamos, cambiamos de vocabulario, tópicos, hasta tono de voz. Si no lo creen, fíjense cómo le hablan a su mascota y al chico del autoservicio. Es la parte fluida de nuestra naturaleza. Nuestro ego cree que es fijo, mientras él mismo muda con la situación. Esto es bueno, es una forma de adaptarnos, casi un atajo de comportamiento. El problema es cuando establecemos prioridades generalmente buenas para nosotros, que luego no cumplimos porque nuestro yo en ese momento no las consideró suficientes. Pasa con las adicciones, las relaciones tóxicas, los exabruptos, los TorTrix.
He logrado integrar muchas de mis motivaciones, aunque me doy cuenta de todas las que faltan. Una solución para este problema en particular sería dejar de comprar TorTrix. Pero estoy segura que la próxima vez no abro la bolsa. O al menos no me la acabo.
Cuando levanté la casa de mis papás, encontré hasta las facturas de mi Kínder. Es impresionante la cantidad de papeles que uno acumula durante la vida, asignándoles importancia que luego ya no tienen. Yo quisiera no seguir guardando cosas, pero es inevitable.
Le ponemos valor a las cosas por puras emociones. En frío, son pocas las que tienen un valor intrínseco que no sea de utilidad. El arte es un buen ejemplo. No tiene ninguna importancia material. Pero toda emocional.
Hice mi casa con tan pocas gavetas, que no deberían haber cosas inútiles guardadas. Pero sí veo cómo se van arrejuntando los papeles en donde pueden. Y yo tengo pocas ganas de revisarlos y menos de tirarlos. Tal vez sirvan.
He tenido roto el corazón
un nudo en la garganta de angustia
una vez me rompieron la mano
el pie operado
y nada de eso me hace extrañar a mi mamá
tanto como el dolor de estómago.
Ayer tenía el teléfono en la mano, lo dejé, arreglé mi ropa del día siguiente y, cuando lo busqué, ya no estaba. Yo molesto con que hay duendes en la casa (uno de los llaveros no aparece, por ejemplo), pero lo cierto es que tuve un momento de desmemoria. Terrible. Pasé lo que sentí eran veinte minutos dándole vuelta a mi clóset sin éxito. Tuve que pedir que me llamaran (cosa que no iba a servir de mucho porque siempre tengo el teléfono en modo silencioso) y, para mi fortuna, lo había dejado boca arriba, así que le pude ver la luz dentro de un zapato. Donde yo no lo puse.
Yo siempre he sido despistada. Mi mamá decía que no perdía la cabeza porque la llevaba puesta en el cuello. Pero, más allá de eso, sí hay un declive cognitivo con la edad. Puede ser la agilidad decreciente de nuestras conexiones neuronales. O que el espacio en el cerebro se va haciendo menor y le caben menos cosas. O, simplemente, que uno comienza a olvidar la vida preparándose para dejarla. No voy a decir que no sé qué sea, porque suficientes estudios he leído al respecto. Lo que no sé es con qué finalidad nos sucede. Tal vez no la haya.
Dentro de todo, sigo recordando el olor de mi padre y el tono de voz de mi madre. La sensación de mis hijos cuando los cargué por primera vez. El nombre de mi primer novio. Cuando vi la Vía Láctea. La aventura que me contó mi hija al bajar del bus y la felicidad de mi hijo al ganar un partido de fut. Todas esas cosas las recuerdo vívidamente. Compensan el lapsus horrible de no encontrar un pinche teléfono. Aunque sigo pensando que fueron los duendes.
Uno de mis mejores maestros dice: “el precio de la claridad es el insulto”. Y creo que eso describe una de nuestras peores características como seres humanos: preferimos escuchar mentiras bonitas. Me doy cuenta porque, aunque trato de no ser grosera, no puedo dejar se ser clara cuando me preguntan algo. Mis hijos lo saben bien. La verdad nunca debe ofender, sin embargo…
Los halagos son un buen entorno para afianzar las conexiones. Escuchar cosas bonitas obviamente nos hace sentir bien. Pero creo que, si el camino no es preciso, si preferimos lo bonito a lo verdadero, las bases no sirven de nada. Soy la primera en estar en contra de herir a alguien de forma deliberada y sin objetivo útil. Pero no a costa de oscurecerlo todo.
No me gusta insultar. Prefiero no decir lo que pienso. Y, cuando hago halagos, son totalmente sinceros. También eso tiene su gracia. Ahora, el que se ofenda con una verdad tiene mucho por qué sufrir. Pobre.
Los animales que sobresalen de la manada, o son los líderes, o se los comen. Sólo hay una forma de ser especial entre muchos en la que uno está a salvo y es estar tan adelante que sea imposible alcanzarlo a uno. Pero eso sólo le pasa a muy pocas personas. La mayoría navegamos la vida más o menos en el promedio y eso no es malo. Sólo es lo que es.
La maravilla del ser humano es que el esfuerzo compensa la habilidad y uno puede destacar en ámbitos para los que no tiene destrezas exageradas. Y también es maravilloso que uno puede ser perfectamente feliz estando en el medio.
Aceptar en dónde se separa uno de la manada y correr más rápido y encontrarse corriendo con el resto en otra ocasión, allí está el ritmo. Porque necesariamente no nos podemos quedar en el mismo lugar. Pero yo tampoco quiero que me coman.
Estoy cantando Time After Time de Cindy Lauper y no sabía que me la sabía. Deben haber tantas gavetas dentro de mi cerebro llenas de letras de canciones que tal vez por eso no recuerdo los nombres de las personas.
Sherlock Holmes decía que había información irrelevante para su vida y que por eso la olvidaba inmediatamente (cosas triviales como que la luna gira alrededor de la tierra, nimiedades). Que el cerebro tiene capacidad limitada y que un pedazo nuevo de información desplaza a otro. Esto no es cierto. La forma en que funciona la memoria es más como globos amarrados más o menos firmemente. Las emociones sujetan los recuerdos de forma más permanente y la cronología en nuestra vida también sirve de asidero. Las cosas que aprendemos de niños se quedan con nosotros más tiempo.
Si tenemos en cuenta que muchos de los recuerdos que tenemos no son originales porque los manipulamos y, el resto de cosas no se nos quedan tan fácilmente, es una maravilla que recordemos del todo. Por eso no me molesta tener una rocola en la mente y poder cantar tantas y tantas canciones, aunque tenga que preguntar mil veces cómo se llama alguien.