La vida en días

Tener días lunes sirve para acordarse que hay días viernes. Y no es que no me gusten, es que es el llamado para volverse a subir al tren de la rutina. Si los vagones son desagradables, no es culpa del conductor, sino de uno mismo. La repetición puede ser un bálsamo o una tortura.

Lo que pasa es que siempre llega el día lunes, como la necesidad de lavar ropa y hacer comida. Hay realidades ineludibles y es mejor aceptarlas con estoicismo que quejarse de ellas. Despotricar contra el paso del tiempo es protestar contra la sal del mar. Es lo que hay.

Este lunes llega igual que la semana pasada e igual va a regresar la siguiente. Tal vez me hubiera gustado tener dos sábados, pero como eso no sucede, mejor acompaño al día que tengo en casa. Tal vez si le ofrezco un café sea más llevadero.

Las cosas en común

Tuvimos un almuerzo con los amigos del karate. Invariablemente hablamos de las experiencias compartidas, de las cosas que se acuerdan nuestros compañeros de más edad, de lo que vamos aprendiendo. No conozco mucho de las vidas personales de algunos, pero les conozco cómo se paran al avanzar en un golpe y cómo se sienten sus huesos contra los míos cuando entrenamos.

Armamos tribus con las personas que coincidimos y, en las relaciones más personales, el secreto es que esos puntos de intersección sean más y más seguidos. Nunca vamos a estar juntos en todo, pero sí en las cosas importantes. La cosa se jode cuando cada uno agarra por su lado y quedan pocos nudos qué unirnos.

Se vale tener muchas tribus con las diversas actividades y saber que cada una cumple un propósito. Se vale también que uno vaya perdiendo el interés y se mueva hacia otro lado. Algunas relaciones tienen un propósito y no es el fin del mundo si se acaban. Y se vale que uno activamente busque recuperar cosas en común con las personas a las que uno quiere, no importa cuánto haya estado alejado. Los caminos tienen desvíos, pero si conservan un destino común, terminan volviendo a unirse.

No nos entendemos

Tú y yo hablamos

pero no nos escuchamos

de nada sirven

tantos idiomas en común

las palabras rebotan

no penetran

y los mensajes que llevan

se quedan tirados en el camino

no nos entendemos

tal vez necesitamos movernos

dejar de estar cara a cara

ponerme al lado tuyo

ver hacia el mismo lado

que lo que decimos nos enlace

y nos entendamos.

Consecuencias no previstas

Hace un año, esperábamos que nos trajeran al primer perro de la familia. Llevaba diecisiete años negándome a tener uno, menos del tamaño que lo querían en casa. No me gustan los perros. No sólo por mi experiencia personal, sino porque no son mis mascotas favoritas. Prefiero los gatos.

Uno toma decisiones con la información que tiene a mano. El problema es que, dentro del universo de la realidad, uno ni siquiera sabe qué es lo que no sabe. Pero si esperáramos a tener toda la ruta detallada, no caminaríamos jamás. La vida pareciera estar hecha para ser recorrida medio a ciegas y por fe. Si Bruce Lee aconseja ser como el agua, para adaptarnos a lo que venga, coincido totalmente. Uno fija el curso y ajusta.

Ya pasó ese año, vino el perro y ahora tengo dos, porque una viejita necesitaba casa. Son encantadores ambos y nuestra familia definitivamente cambió con ellos, para mejor aún poniendo sillón destrozado, trastos comidos y diversos desastres en la balanza. Siguen sin gustarme los perros. Pero me gustan los míos.

Notas de gerencia

He aprendido a ser creativa en mis comunicados con mis hijos. Desde regaños silvestres hasta calendarios con premios. Pero es una cuestión evolutiva rápida y lo que funcionaba ayer, no lo hace hoy.

Criar gente es de la gran madre y muchas veces fallamos. Los psicólogos siempre tendrán trabajo porque, si hay una certeza de ser padre, es que uno la va a cagar en algo. Me acuesto muchas veces haciendo el recuento de las cosas mínimas que logré y, si todos están vivos, gano.

Al menos he aprendido. Y sigo haciéndolo. Ahora recurro a “notas de La Gerencia” para hacer comunicados oficiales. Entienden mejor así y no regaño. Hasta que eso no funcione.

Estoy preocupada

La domesticidad me sostiene en su rutina de cosas concretas que puedo lograr hacer mejor. Desde la comida hasta la ropa, esas pequeñas tareas que uno completa con éxito nos dan una semblanza de progreso, aunque no sea más que una ilusión tipo Sísifo.

En mi vida he aprendido a que muy, muy poco está en mi esfera de control y que casi todo no. Desde el clima del día hasta la enfermedad de un hijo, todo son circunstancias sobre las que no tengo influencia alguna. Sólo me queda actuar de piel hacia adentro. Y no se trata de un positivismo escapista, porque hay momentos como ahora en los que estoy verdaderamente afectada. Sino de una toma de espacio entre lo que me está pasando y cómo reacciono.

Escribir es parte de esa higiene espiritual. Aunque a veces ni siquiera yo sepa de qué va a salir el post porque aquí también hablo para pensar. Siempre sé que me siento mejor después. Y, sí, sigo preocupada, pero un poco menos.

Todas las consecuencias

Estábamos hablando con un grupo de mujeres acerca de cómo la maternidad está sobre-romantizada y cómo está bien decir que uno no puede con todo. Tener hijos, como todas las decisiones que tomamos, es andar en un camino a media luz. Uno tiene idea qué hay, pero sólo un trecho relativamente corto. El resto del recorrido está nublado. Uno nunca sabe la totalidad de las consecuencias.

Lo cierto es que, tal vez aunque lográramos imaginar todo lo todo que puede pasar, no lo asimilaríamos y tendría el mismo resultado. La ignorancia muchas veces es una bendición y le da a uno atrevimiento. Total, cada día es una incógnita y toca navegarlo con lo que uno tenga. La única opción, el no moverse, sólo se les concede a los muertos.

Mi maternidad está llena de retos. Como todas. Y muchos días siento que quisiera no estar, estoy cansada, frustrada, confundida. Pero hay otro día mañana. Y hay que seguir. Aunque no esté segura del siguiente paso en específico, tengo un faro en el horizonte y hacia allí trato de ir.

El mundo oscuro donde crecen

Los secretos son duendes pequeños

oscuros y pesados

caminan por debajo de los muebles

se refugian en los momentos vacíos

entre cada respiración

se amarran a los pies del que los guarda

lo hacen bailar entre palabra y palabra

para que no los suelte

les gusta crecer en la oscuridad

huelen mal, a humedad y polvo y culpa

los secretos tiene alas

les sirven para sumergirse en el lodo

cuando los alcanza la luz

desaparecen.

Tomar perspectiva

Es imposible tener una perspectiva distinta desde nuestro único punto de vista. Vemos el mundo desde nuestros ojos. Así funciona y, tomando en cuenta que el fin de la evolución es propagar nuestros genes, tiene sentido que nosotros seamos los centros de nuestros propios universos.

Pero, como todo lo relacionado a los humanos, también somos seres sociales y necesitamos amoldarnos a vivir con más personas. Allí tenemos que tener la capacidad de ponernos en los zapatos de los demás, salirnos de nuestra cajita. Abrirnos.

Hay una forma segura de hacer eso: rodearse de personas a quienes uno respete y estar dispuestos a escucharlas. Mientras más estemos dispuestos a considerar otras perspectivas, vemos desde otros ojos. Por eso pregunto, porque no me basta mi propia opinión siempre. Y por eso tengo gente cerca a quien puedo preguntarle. Cuestión de evolucionar.

El premio es para…

Hago yoga en mi clóset. Con un app. Creo que es de las rutinas que más me cuesta mantener, porque lo hago al final del día y las excusas se me ponen en fila. La más evidente es que ya estoy cansada. Pero no me meto a un estudio porque, cuando logro hacerlo, me encanta no tener a nadie con quién compararme. El espíritu competitivo me posee siempre y es de los que más me cuesta amarrar.

Las competencias, con sus premios y primeros lugares, sirven para divertirse, para establecer marcas intrascendentes, para vender anuncios durante los juegos. Están bien, hay gente que vive de eso. Pero tienen poca relevancia un martes por la tarde en la vida de la mayoría. No estoy abogando por darle una medalla a todo el mundo, si compites o ganas o pierdes. Punto. Pero eso no debe ser el fin último.

He aprendido a hacer varias poses de yoga en mi soledad que no sé si hubiera logrado con más gente. Porque sigo compitiendo, pero contra mí misma y lo hago para ser mejor, no sólo para aparentarlo. No dan premios por eso, más que la satisfacción que me queda. Y eso es suficiente.