Alguna vez

¿Recuerdas esa conversación

que no tuvimos y todo lo que no te dije?

La tengo guardada

al lado de los te quieros

y mis expresiones más ridículas

de todo el cariño que no te muestro.

Allí todavía son un regalo sin entregar

con la posibilidad de gustarte

hasta de recibir uno propio.

Allí puedo creer que sí los (me) quieres

acumulo más recuerdos (ilusiones) futuras

no quiero saber cómo reaccionarías.

A veces la incertidumbre es benigna.

No me hacía falta

Tengo alta tolerancia para el dolor. No es que no lo sienta, sino que lo tolero. Recuerdo pocas cosas que me impidieran seguir adelante. Pero hoy, después de mucho tiempo, tengo migraña y quisiera acostarme en un cuarto oscuro y frío hasta nuevo aviso. Si tan sólo todo el resto de mi vida hiciera un alto…

A veces idealizamos la vida pasada, como si los cazadores recolectores que fuimos hubieran gozado del paraíso. A mí me gusta la modernidad, el agua corriente, la estufa, la luz artificial, los antibióticos, la refri, los libros y un larguísimo etc. En todo caso, la lucha de la humanidad debe ser para que todos tengamos esas cosas. No ir hacia atrás. Claro que eso se paga con menos libertad y más dependencia a ser productivos y que la vida no pare.

Después del trabajo, planché, cociné y me toca ir por los chicos. Porque es lo que tengo que hacer hoy. Mis actividades no tienen migraña, sólo yo. Así que agradezco las pastillas que me tomé.

La montaña de ropa

Hay cosas que prefiero hacer. Cocinar, por ejemplo, es una preferida. Aún la comida de todos los días me gusta. Tal vez porque me gusta tanto comer y que sepa a lo que quiero. Hay otras cosas que quisiera no hacer. Como lavar la ropa. Aunque al momento de estar metiendo y sacando ropa de la lavadora y ver la transformación sí sea satisfactorio.

No nos tiene que gustar todo lo que hacemos. Creo que, de hecho, la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos en actividades que no tienen mayor impacto emocional. Ese sólo viene en momentos agudos y de eso nos acordamos. Por ejemplo (espero), no pasamos horas enteras enojados en el tráfico, aunque sí lleguemos a desesperarnos por momentos. Si uno se fija atentamente que las emociones son pasajeras, puede continuar con la tarea sin sufrir.

No me fascina lavar ropa. Pero lo hago y cuando termino, encuentro satisfacción. Ya está todo limpio, oloroso, doblado. Siento que alcancé algo. Hasta que recuerdo que me toca planchar.

Se desapareció

Escribí la entrada de hoy ayer por la tarde y se desapareció. Me ha pasado un par de veces en todos los años que llevo de hacer esto. Error de usuario, obviamente. Lo verdaderamente extraño es que no recuerdo en absoluto de qué se trataba lo de ayer.

He leído y escuchado muchas teorías de la psicología, neurociencia y demás hierbas modernas acerca de cómo se construye nuestro “yo”. Tienen en común que eso que llamamos “yo” no es uniforme y que podríamos considerarlo como un constructo de partes que sacamos depende de la ocasión. Mi yo de hoy en la mañana no se acuerda de lo que mi yo de ayer escribió. Da esperanza, porque pienso que, si no me gustó lo que hice ayer, puedo hacerlo distinto hoy. Porque soy otra.

Creemos que tenemos permanencia. Al final del día, seguimos estando. Tal vez es más certero pensar que somos una línea que se mueve, ni siquiera en un plano recto. No desaparecemos, cambiamos. Y seguimos.

Nuevas tradiciones

Tuve en casa a seis niñas/adolescentes, más la propia. Me gusta celebrar los cumpleaños de mis hijos así. Me permite conocer a las personas con quienes pasan tanto de su vida. La influencia de los pares es determinante en esta edad. Es la tribu, la vara con la que se miden. Y es el lugar donde aprenden a conocerse como personas separadas de uno.

Todas las culturas tienen ritos de iniciación a la adultez. Un antes y un después que implica más responsabilidad hacia los demás y más libertad hacia uno mismo. Creo que nos hemos quedado lamentablemente atrofiados desde que prolongamos indefinidamente esa entrada de nuestros hijos a una vida propia, con todo lo que eso implica.

No sé bien cómo hacerlo, sinceramente. Veo capaces a mis hijos, pero no están listos para salir a cazar su comida (y todo lo que eso quiere decir ahora). Tienen la estatura de adultos, pero no los creo preparados para comportarse como tales. En efecto, ni sus cerebros tienen esa capacidad. Tendré que inventarme una tradición milenaria para que todos pasemos ese umbral.

Modito

Dime, en ese modito tuyo,

cómo te gusto. Suena distinto.

Tanto, que no siempre lo entiendo

y no confío en mis interpretaciones.

Quiero creer, autoengaño avisado,

que me quieres cerca,

por lo menos me dejas estarlo.

Me gustas, con todo y modo seco,

porque me gustan las cosas hermosas

aunque sean espinudas.

Termino encontrando el centro dulce.

Tanto cansancio

No sé si es la edad y lo cerca que estoy de la meno, las noches en vela acumuladas, el estrés, el ejercicio, el ayuno, todo lo anterior u otra cosa. Pero estoy cansada. Hay una fuerza detrás de mis ojos que lucha por cerrar los párpados contra la que peleo todo el día. A mal de muchos… porque las personas a mi alrededor están igual.

¿Será que así se mantenían mis papás? ¿O los de ellos? He leído que nuestros antepasados cazadores-recolectores combinaban períodos de altísima actividad con tardes holgazanas. Tal vez estaban más cerca del ideal de sueño al que no llegamos en estos tiempos modernos.

No veo un cambio significativo en mi futuro que me haga pensar que voy a descansar más. Al menos los próximos diez años. Joder. Si no sé cómo voy a llegar al sábado y a penas es martes. Ni modo.

Teenagehood

Me encanta que en inglés, el número trece marca una diferencia. A partir de ese número, los demás dieces terminan en “teen”. Los límites duros como ése sólo son banderas suaves en el horizonte del paso del tiempo en la vida.

Tengo el privilegio de verte crecer, completamente consciente que pudo haber sido otro nuestro futuro. Agradezco que todavía me quieras dar la mano cuando caminamos. Y aprecio que cada vez me necesitas menos.

Atesoro el poder verte crecer. Cumplir el potencial que tienes. ¡Qué mujer excepcional! Ya lo eres, sólo te falta que crezca un poco. Y allí estaré, caminando siempre a tu lado.

¡Feliz cumpleaños mi princesa!

Retomar

Hace unas semanas volví a leer de corrido un libro grande, con la aviada de un buen resbaladero y la sensación de atropello al final. Así igual terminé otros dos libros que tenía a medias, porque me cuesta darles la atención necesaria para generar esa aceleración.

Hay hábitos que no pretendo volver a tener y, muchos de mis ejercicios espirituales se tratan de soltar. Pero leer, esa inmersión total, debería de estar grabado en mi vida diaria y ya no lo está. Cualquier cosa me distrae, hasta escribir esto y termino sintiéndome culpable de no prestarme atención.

Ya no se trata de estar en el momento correcto. Es que tengo que poder hacerlo, aunque no sea ideal. Así como hago el resto de cosas. Retomar cosas placenteras vale la pena. Y ya no me distraigo más.

Todo importa

Podría ponerme jeans y t-shirt todos los días. Escoger ropa es un desgaste de energía diario y no me importaría usar lo mismo con frecuencia.

En realidad, nuestro cerebro no distingue entre tomar decisiones de vida o muerte y planificar la cena. Todo importa. Y por eso es que uno se cansa y, al final del día, escoge no escoger. La fuerza de voluntad no es un músculo que se fortalece con su ejercicio, es un recipiente que se vacía con su uso.

Allí es donde me ayudan los hábitos. Porque la rutina me salva de tomar decisiones diarias, como hacer ejercicio, meditar, cocinar. Ya está en la rutina, lo hago. No lo pienso. Así, me queda espacio para tomar otras decisiones que tal vez sean más importantes. Como cuál de las t-shirts blancas ponerme.