El año aún no termina, aunque se sienta como que ya pasaron diez. Creo que perdí lo último que me quedaba de juventud por allí por mayo y desde entonces todo ha ido en aceleración. Y, a pesar que parecía ser uno de los peores años de mi vida, cosa que ya es mucho decir, termina siendo uno lleno de esperanza y cosas buenas. Lo que me demuestra que ningún estado es permanente y que el verdadero dolor está en querer aferrarse. A cualquier cosa. Porque todo pasa y lo que uno tiene en el momento es lo que hay.
Tantas cosas que se pueden repetir un poco banalmente cuando quiere hacer declaraciones profundas. Tal vez porque los refranes de tarjetas de felicitación son más verdad que lo verdadero y por eso ya perdieron su filo. O tal vez porque todos recelamos de la trascendencia barata de las películas inspiracionales, donde todos son bonitos y todos tienen casas perfectas y todos resuelven para siempre sus problemas al final de dos horas. Porque lo cierto es que, por mucho que algo sea verdad, no lo convierte en realidad para uno.
Puedo decir que tengo alguna medida de callo. Y aún así, sangro, porque hoy me contaron una noticia que inmediatamente quise comentar con mi mamá… Ni con una ouija… Y, a pesar de todo, encuentro los momentos para sentirme liviana de la vida. Creo que me puede dejar huella en la cara, las arrugas, la piel menos flexible, las canas, pero no me voy a ir amargada a la tumba. Y con eso ya lo tengo casi todo ganado.