Llegar al final

Hay ocasiones en las que el fin sí es importante. Como en el deporte. Que hay ganadores y perdedores. Claro que el camino para llegar al final cuenta, pero lo objetivo es un marcador y no hay más. Eso es para competencias completamente artificiales, nada orgánico.

En la vida de verdad, nada cuenta tanto como el camino. El fin lo conocemos de sobra y de allí nadie sale ganador. Todos queremos que el viaje cuente de algo bueno, para eso se entrena uno todos los días.

Es rico tener una medalla por haber ganado. Como la foto de un buen día. El recuerdo de algo importante. Y ya, uno sigue.

Después de nada

De la que fui

no quedan ni las células

cada una muerta y desechada

dando paso a una nueva

pero más vieja

mis mudables recuerdos

tampoco retienen cosas importantes

como la voz de mi padre

voy siendo otra

aún cuando me reconozco, casi siempre,

en el espejo

ya no soy yo, soy otra,

pero me gusta la idea

de entregar otro cuerpo

al terminar el viaje.

Sin amargarse

El año aún no termina, aunque se sienta como que ya pasaron diez. Creo que perdí lo último que me quedaba de juventud por allí por mayo y desde entonces todo ha ido en aceleración. Y, a pesar que parecía ser uno de los peores años de mi vida, cosa que ya es mucho decir, termina siendo uno lleno de esperanza y cosas buenas. Lo que me demuestra que ningún estado es permanente y que el verdadero dolor está en querer aferrarse. A cualquier cosa. Porque todo pasa y lo que uno tiene en el momento es lo que hay.

Tantas cosas que se pueden repetir un poco banalmente cuando quiere hacer declaraciones profundas. Tal vez porque los refranes de tarjetas de felicitación son más verdad que lo verdadero y por eso ya perdieron su filo. O tal vez porque todos recelamos de la trascendencia barata de las películas inspiracionales, donde todos son bonitos y todos tienen casas perfectas y todos resuelven para siempre sus problemas al final de dos horas. Porque lo cierto es que, por mucho que algo sea verdad, no lo convierte en realidad para uno.

Puedo decir que tengo alguna medida de callo. Y aún así, sangro, porque hoy me contaron una noticia que inmediatamente quise comentar con mi mamá… Ni con una ouija… Y, a pesar de todo, encuentro los momentos para sentirme liviana de la vida. Creo que me puede dejar huella en la cara, las arrugas, la piel menos flexible, las canas, pero no me voy a ir amargada a la tumba. Y con eso ya lo tengo casi todo ganado.

No todo tiene que ser difícil

Creo que las cosas que valen la pena requieren esfuerzo. Pero que no tienen que ser arrastradas de difíciles. Esa delgadísima línea entre ser perseverante y ser necio. Hay ocasiones en las que uno simplemente tiene que admitir que no puede. Y seguir. Hacer otra cosa que, aunque nos cueste, sí nos salga.

Mi papá decía que todo tiene modo y que ese modo es suave. Me han durado mucho tiempo los electrodomésticos gracias a eso. A la par, también tengo su disciplina y eso me ha ayudado a que lo que puedo hacer, lo haga lo mejor que puedo. Y que me perduren las relaciones. Hasta que los animales de la casa se sientan bien.

Tenemos, luego de muchas negociaciones, un perrito en casa. Sé que va a requerir de esfuerzo. Pero que no va a ser difícil. Porque estamos dispuestos a hacerle ganas al entrenamiento y a divertirnos en el camino. Aunque ya haya habido el primer accidente.

Dejar ir

Uf. Hoy regresa el Canche después de seis semanas fuera. No puedo decir que haya llorado todos los días, pero sí mi corazón está completo de pensar tenerlo al fin en casa. Esto de amar incondicionalmente a un par de personas que yo horneé y criarlos para que se vayan es de las tareas más complejas que nos da la vida.

Si continuáramos en una tribu compacta en la que todos nos movemos juntos, con papeles importantes para cada miembro, esa separación no sería evidente. Aunque se esperaría que fueran autosostenibles, que aportaran al bienestar de los demás, sacarlos del grupo sería un castigo, no lo normal. Ahora la expectativa es no tener que mantenerlos desde temprana edad.

Me gusta que mis hijos aprendan en mi casa lo que necesiten para irse de ella. Me hacen falta y quisiera que la relación permaneciera cercana. Y esto de dejarlos ir es doloroso y gratificante, como mucho de lo mejor de la vida.

Las cosas para lo que sirven

Es cuando queremos que las cosas cumplan una función diferente de su sentido original que usualmente las arruinamos. Como si no hubiéramos arruinado infinidad de juguetes pretendiendo usarlos mal. Todo tiene modo. Y propósito. Para cambiarlo, primero hay que cambiar la cosa en sí.

Una comida sirve para alimentar, compartir. No para adoctrinar, por ejemplo. Las palabras sirven para comunicarse, no para complicar el significado de lo que se dice. Y los deportes que uno mira sirven para entretenerse, no para hacer declaraciones políticas o ejemplificar virtudes. Qué gana de arruinar las cosas superficiales buscando significados más profundos.

Cuando al fin aprendemos a que las cosas se las toma como son, o se las deja, abrazamos la mejor de las filosofías de la vida, nos quitamos el peso de ponerle expectativas incumplibles a todo y, si no más felices, somos menos amargados. Por eso mi frase favorita es: es lo que hay.

Ropa de otra gente

Tengo frío

me abrazo con el abrigo de mi mamá

igual ayer me senté

en donde vive la nostalgia

un lugar que visitaba con mi papá

y no me alcanzan los recuerdos

para quitarme el frío

ni las ganas de estar cerca

me tengo que conformar

con la ropa que me queda guardada

que fue de otra gente

y ahora casi es mía.

Lugares sin tiempo

Hoy fui a comprar la tela de los uniformes de mis hijos. Teníamos desde antes de la pandemia de no hacer uniformes, por razones obvia y es una tarea que casi siempre dejo hasta el último momento posible, porque en esta casa un mes hace la diferencia de por lo menos un centímetro de altura.

Creo que también postergo ese mandado porque es en la misma tienda donde mi papá compraba sus telas. Hay lugares que están olvidados por el tiempo y permanecen iguales durante años. Éste es uno de ellos. Las mismas mesas de madera donde se cortan las telas, mismo olor, mismo método de pago/entrega anticuado. Casi podía sentir a mi papá conmigo.

Tener momentos tan concretos de nostalgia sirve. Aún no estoy completamente segura para qué, pero sirve, aunque sea para buscar en mis recuerdos, los mejores con mi papá. Hay suficientes. No puedo pedirle más a él que eso.

Un anticipo

Comer boquitas antes de comer siempre me frustra. Sobre todo porque lo primero es rico y lo segundo también, pero ya no hay suficiente estómago. No sé en qué momento creímos que era buena idea tener tantos platos distintos. Lo cierto es que una buena entrada anticipa lo demás y se queda uno con la expectativa.

En general, para aumentar la felicidad uno no debe hacerse expectativas, porque éstas rara vez se cumplen. Además, uno vive con un pie en algo que tal vez ni vaya a suceder, en vez de concentrarse en lo que está pasando. La anticipación es una fuente de sufrimiento.

Pero a mí debe gustarme un poco sufrir, porque me encanta hacer planes y llenarme de expectativas. He aprendido a que pueden ser una fuente adicional de placer, siempre y cuando no me decepcione si no se cumplen. Aunque no puedo hacer esa distinción cada vez, lo logro cada vez más y así me gozo las cosas por partida doble. Algo así como aprender a no atipujarme con las boquitas.

Mejor que la rutina

Mi mamá, quien en sus cosas personales era extremadamente desordenada, me rigió la vida con horarios y rutinas. para darme la oportunidad de tener una mejor forma de llevar mis cosas. Siempre supe a qué hora comíamos, en qué momento debía dormir, qué días tocaban ciertas clases. Hasta la fecha, el lunes quiero cocido, porque eso había en casa. Obvio para mí la rutina es un lugar seguro.

Pero también pasaba algunos días en casa de amigos que de rutina no tenían ni la más panda idea y nos pasábamos en el desorden más feliz del mundo. Hasta que mi corazoncito pedía a gritos saber qué estaba pasando y regresaba a casa, feliz también. Nada en extremos sirve, porque al final se juntan y todos los defectos se parecen entre sí.

Algo semejante me acaba de pasar con un viaje y hoy estoy disfrutando de saber que en lunes se lavan las sábanas y se hace ayuno. Porque, más que una rutina, lo mío mío es un descanso de tomar decisiones triviales. Puedo navegar sobre rieles durante algunos momentos, sin tener qué pensar en la dirección. Y, aunque eso no sirve para alcanzar las grandes metas, al menos me quitan un peso de encima. Bendita rutina y bendita madre que me la enseñó.