Vine al mar

Esperé la siguiente ola

parada sobre la arena sumergida

mi agua mezclada con la del mar.

Sin sol, sin luz,

los ojos en el horizonte

detrás de nubes.

Vine buscando calor

algo por fuera que me encienda

tengo frías las entrañas.

Dejé las ganas de flotar

en el lugar en donde dejé el alma

y no las encuentro aquí.

Estar a la orilla del mundo

como al borde de tus ojos

me dan ganas de volar.

Pero ni me voy

ni me quedo

sólo me muevo en el mismo lugar.

Tal vez a eso vine

a encontrar que no tengo nada

y dejarlo ir.

Una novela es un cuadro

Uno en el que el pintor escoge lo que agrega. Es una interpretación de la realidad y el artista la presenta como la ve. Un cuento es una fotografía, el escritor toma la realidad existente y describe un único pedazo del que se desprende el resto. Y la poesía… hemos debatido eso y podría ser que un poema sea una foto de estudio, con la luz meticulosamente controlada.

De cualquier forma, trasladar la realidad observada y las emociones sentidas a un medio significa una transformación. Y el objetivo es comunicar. Me encanta describir, por eso me gustan los cuentos. Me abruma incluir, por eso me cuestan las novelas. Me obligan los sentimientos y por eso me atrevo a escribir mala poesía, porque no tengo alternativa.

Todos transmutamos lo que vivimos, tanto para entenderlo, como para relacionarnos. El simple hecho de hablar con alguien más es un compartir esas verdades. Lo lindo de ser sociales es encontrar esa forma de coincidir.

Hoy quiero seguir tomando mis fotografías y dejar que alguien más rellene el resto de la realidad.

De todo lo que no soy

Hagamos el recuento de las cosas que no hacemos y no nos alcanza la vida. Primero porque son infinitas y segundo porque ni siquiera conocemos las que no conocemos. El eterno problema de no saber lo que uno no sabe. Y vamos por allí, en el camino hecho de nuestras decisiones, que excluyen a todo el resto. Suena lindo eso de que uno sólo se arrepiente de lo que no hizo, pero si somos estrictos, hay más que uno deja de hacer que lo que hace. Simplemente porque las opciones nos limitan y escogemos una entre muchas. Excluir para tomar, diría yo.

Eso abarca lo que somos. Desde que seguimos una carrera, tenemos un trabajo, una familia o un gato. Podremos contener universos, pero sólo ejercemos una cosa a la vez. Entre eso es que uno encuentra la verdadera felicidad. En el autoconocimiento de lo que uno puede y la decisión del hacer.

Yo no soy una infinidad de cosas. Pero sí soy muchas, no todas buenas y prefiero decir que soy veneno, antes de engañar con una sonrisa. Lo malo, que es lo que escondemos, es mejor enseñarlo desde un principio, así los demás pueden escoger. Y yo también.

No me cuenten nada

Tengo un defecto. Bueno, tengo muchos, pero éste es favorito: soy una ladrona de vidas. Comencé con una pequeña historia que me contó un amigo (quien ahora, además, es mi editor). Le devolví una conversación de unas horas en cinco páginas de lo que vi, entendí y me inventé. He hecho lo mismo con mi suegra, dos amigos, un conocido, una señora con quien compartí mesa en un aeropuerto… de todos me he robado algo, pero a todos se los he devuelto (menos a la señora, ni modo).

Me gusta decir lo que no me cuentan; la verdad rara vez es real y a mí lo que me intriga es la edición que hace la gente de su vida cuando me platica. Somos la suma de las leyendas que nos decimos por las noches. ¿Qué mejor cosa que ser historiadora de esos deseos profundos?

Las pocas veces que he tomado a lo cercano para escribirlo, me ha desgarrado. Pero los precios pagados con sangre valen la pena. Gracias a escribir de mi padre, pude decirle adiós con dulzura.

Así que… seguiré robándome las vidas de otras personas. Es demasiado lindo entregárselas y que me den las gracias por ver lo que no me quisieron enseñar. Todo es cuestión de rellenar los vacíos.

Pausa

Las disrupciones siempre obligan a revisar lo cotidiano. Los fines de semana son pequeñas oportunidades para analizar la semana, los días de descanso, hasta las enfermedades.

Me cuesta hacer pausa, porque lo que no descansa nunca es mi cerebro. Busca entretenimiento, no siempre el más sano y le da vueltas a las ideas hasta terminar mareado. Me ha servido meditar, pero en medio de la tormenta, tengo que hacer un esfuerzo para salirme de mí misma.

Pienso en todo lo que podría ser y esos derroteros son infinitos. No hay más que un camino que recorremos y un universo de los que no. Las cosas hermosas que no están cerca también me llenan la mente y se me sale la tristeza por los poros.

Tengo que aprender a hacer una pausa. De mí misma.

Tengo sujeta una tormenta

El techo no me responde lo que debo hacer

con la tormenta que tengo sujeta en mi mano izquierda

— la derecha me está sirviendo para sostenerme a mí –.

La podría soltar y esperar que amaine por sí sola

o que destruya el puerto en donde está mi barco

que lleva mucho tiempo sin salir al agua.

O podría salir a su encuentro, velas extendidas,

dejarme llevar hasta el otro lugar que conocí en un relámpago

confiando en poder regresar.

Mientras la tenga en la mano, me va a doler,

no se hicieron para estar quietas,

las promesas de felicidad que se dicen con los ojos.

Un río

El agua que corre nos llama la atención desde niños. Abrimos los grifos con tal de verla pasar, navegamos barcos de papel en los charcos, soñamos con tirar una llanta en un río y dejarnos llevar. Algo tiene de especial un río que se pierde en el horizonte, como si fuera a desembocar en el sol.

Creo que hay algo de correspondencia entre ese fluir y nuestra propia vida que nos hace regresar a la imagen del río como metáfora, una y otra vez. El nacimiento, desarrollo, unión con otros e inevitable destino en el mar, siempre diferente porque nunca es la misma agua la que pasa por la roca y siempre igual porque es el mismo río. Filósofos mejores lo han dicho de miles de distintas formas y no por eso deja de fascinarme.

Siempre he buscado ser el puente, la roca, lo permanente y me sorprendo cuando la corriente me arrastra a cambiar. Si aprendiera a ser el agua que corre, podría regresar al principio siempre que quisiera y fluir por el cauce hasta el final, sin gastarme, ni estancarme. Tal vez aprenda alguna vez.

Palabras para alguien que no está

Siempre me quedo con la gana de contarle a mi mamá lo que hicieron los niños. Y se lo digo, en voz alta, imaginando su respuesta. A mi papá le cuento de la oficina, a veces discutimos un poco. Recuerdo a mis amigos que ya no están y aún le mando un abrazo por su cumpleaños a uno y le preparo galletas a otro.
Me he quedado con vida para compartir con gente que ya no está y eso me anima a hacerlo con el doble de fuerza con la que me queda. Igual que las palabras para quienes simplemente se alejaron. Siempre quedan cosas pendientes por decir y, aunque no sea posible hacerlo en persona, quiero escribir que agradezco la vida compartida, por larga o breve que haya sido la coincidencia. Y desear felicidad. Y, donde toque, pedir perdón.
El paso por la experiencia de otra persona siempre debería ser liviano y dejar cosas buenas, pero no es así todas las veces. Por las que he sido una cosa pesada, mis más sinceras peticiones de perdón.

He tenido frío

No sé si ha sido el clima, o nadar en la piscina helada, o no comer. Pero he tenido frío estos días y recuerdo cuando eso me gustaba. Ya no. Quisiera calor, por dentro, tragarme un sol.
Eso de los abrazos y las palabras con cariño son otro tipo de calor que también hace falta. Yo procuro dárselos a mis hijos, aunque a veces se me olvida por estar pendiente de qué hacen. Lo afectuoso no es lo mío, pero he aprendido.
Tal vez por eso me sorprenden las palabras amables, las caricias sin pedirlas, los besos con ganas.
He tenido frío.

Se agradece el dolor

Desperté a las 12 en punto de la noche al comienzo del 2 de noviembre. El Día de los Muertos, supongo, sentí la mano fría y suave de mi madre acariciándome la cara, como lo hacía cuando estaba viva y estoy segura que lo imaginé, pero también estoy segura que sucedió. Porque la sentí, pero más, porque me sentí feliz.

Vivo una vida resguardada del dolor, creo que todos lo hacemos en cierta medida. La distancia entre mi corazón y el exterior es directamente proporcional a la capacidad que tengo para sentir y, como buena persona binaria, siento todo o nada. Prefiero no sentir nada. Mis hijos tienen acceso a la puerta, alguna que otra persona más, y basta. No me hace falta. Duele mucho todo lo demás.

Sentir a mi mamá y su cariño fue dulce y triste y hoy ando con los ojos llenos de agua que no termina de caer. Pero no me arrepiento de haberla invocado. Porque, mientras sentí su mano, fue lindo y eso compensa que ahora escriba esto con el corazón desgarrado. Así que, gracias a todo lo dulce y lindo y feliz que dejo entrar de vez en cuando, aunque se vaya, se termine, me diga adiós y duela como un carajo.