Ayer fue la ceremonia de los Premios de la Academia. Les decía «Los Óscares», pero me iluminaron y ahora ya no les digo así. Casi nunca. Me obliga a ver películas que se salen de mi preferencia. Y a hacer cena con juegos de beber para amigos.
En todos los núcleos sociales hay tradiciones que pueden ser tan viejas y extendidas como darse la mano y ya pasan desapercibidas, como nuevas e inusuales, distinguiendo a un grupo de los demás. Usar ciertos colores, comer de cierta forma. En las familias, las celebraciones son un buen ejemplo de rituales que se renuevan, se actualizan y se continúan.
Así, los cumpleaños tienen el pastel con la receta de antes. O piden un pie de limón. Pero se celebra juntos. O, luego de un logro en el colegio, vamos por un helado. Los Viernes Santo hago buñuelos. Y así. Cosas que se repiten, que dan un ancla en el alma y nos hacen sentir que pertenecemos a un lugar, a un grupo.
Esas cosas pequeñas nos dejan salir de donde crecimos, formar nuestro propio clan y comenzar nuestras tradiciones particulares. Es una evolución de lo que siempre se ha hecho.
En esta casa, hay comida para el SuperBowl, juegos de beber para los Óscares, buñuelos en Semana Santa, torrejas para el 1o de noviembre, pavo en Thanksgiving. Es reconfortante saber que hay un ritual de paso en el tiempo. Que eso siempre es así, aunque uno ya no lo sea.
Este año tocó celebrar sin mi amigo por el cual comencé la tradición. Lo hice sabiendo que iba a ser un momento emocionalmente complicado. Pero no puedo pensar en una mejor forma de recordarlo. Así será el otro año también.