Amo a mis hijos, aunque a veces no me caigan bien. Lo siento, yo no puedo decir que siempre me fascine estar con ellos y que no hay mejor cosa que ser mamá. Hay muchas cosas que, dependiendo de las circunstancias, son mejores que ser mamá, como estar en una playa tragándome una margarita en vez de estar dirimiendo conflictos de dos niños quejosos. Que una cosa sea más trascendental que la otra, no la discuto en lo absoluto. Pero «mejor» es completamente relativo.
A veces quiero estar sola. Necesito que algunas ideas se despeguen de los sentimientos que las hacen salir volando y eso sólo se logra en momentos de quietud. No es lo mismo pensar antes de dormir. Para nada.
Pareciera que cada vez nos cuesta más quedarnos quietos y no hacer nada. Siempre tenemos mil cosas pendientes que nos atormentan y nos hacen pensar en lo siguiente. Nos da hasta vergüenza decir que no estamos haciendo algo importante. Y, pues… No hacer nada también es importante.
Aunque sea verdaderamente para dejar la mente en blanco. Si también el cerebro necesita un descanso, si no, nos atormenta. La meditación, deportes solitarios, hasta pintar nos ayuda a tener un pequeño momento de interiorización.
Mi vida está repleta de risas y gritos y conversaciones. Y me encanta. Pero a veces necesito no tener que abrir la boca más que para tomar agua. Eso me ayuda a no ahorcar a mis pulgos.