¿Y si mejor nos reímos?

Con mi mamá nos reíamos aún entre lágrimas. Cuando peleaban con mi papá, lo cual era muy frecuente, decíamos que estaban «a media luz» cantando. Nos divertíamos entre las tristezas de corazones rotos, penas económicas, fallos académicos y la vida en general.

Hace poco salieron los resultados de un estudio acerca de la llamada «emotividad». Y resulta que no es que las mujeres seamos más sensibles que los hombres, sino que el detonante de las lágrimas está más pegado a la fuente de las emociones fuertes. O sea, ambos hombres y mujeres tenemos la misma intensidad de sentimientos, pero a las mujeres se les disparan más fácil las explosiones acuáticas.

Yo tengo rachas de llanto. A veces me sale más fácil. Otras, ni con un anuncio de un chucho con un bebé. Mi preferencia es no soltarme a berrear. Me siento inútil, no le veo ningún beneficio. Pero tapar una «necesidad» sólo porque uno no quiere verse ridículo, termina convirtiéndose en un océano en el que se puede terminar ahogado.

Sentir sentimientos nos hace humanos. Cómo los manifestamos depende de nuestra preferencia y, mientras no le hagamos daño a nadie, incluyéndonos a nosotros mismos, hay que darles rienda suelta.

A mí me gusta seguir la costumbre de mi mamá. Entrando a la Iglesia el día de mi boda, me puse una sonrisa de oreja a oreja que sirvió de dique para el lago de lágrimas que se me acumuló detras de las pestañas. Yo iba demasiado feliz para encontrarme con lágrimas a mi marido. Además, se me corría el maquillaje.

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