Todos los años hago algo para regalar en Navidad. Desde jalea de tocino, hasta chocolate para beber en cubos, y por supuesto galletas. Muuuuchas galletas. Tantas galletas. Este año decidí hacer caramelos. Con una receta que jamás había probado.
No se puede pasar por la vida haciendo siempre lo mismo. Primero porque qué aburridísimo. Segundo, porque siempre se puede descubrir que algo diferente nos gusta. Y por último, porque sí.
Nosotros no somos los mismos, me atraevería a decir, semana con semana. ¿Por qué insistimos en seguir iguales? Nos peinamos como cuando éramos adolescentes, comemos siempre la misma comida, vamos a los lugares conocidos. ¿Y el resto de la vida? La vida no nos alcanza para probarlo todo.
Seguro van a haber cosas que nos queden mal, que no nos gusten. Muchas veces vamos a cometer errores. Y, aunque nada es irreversible, todo se puede superar. El miedo a no sentir dolor jamás nos paraliza y nos lleva a que, de todas formas, nos duela habernos quedado atrás.
Los caramelos fueron un fracaso. Jamás se endurecieron. Estaban deliciosos, pero hubiera tenido que reunir a mis amigos alrededor de la bandeja con una cuchara cada uno para que los pudieran probar.
Ni modo. Mañana haré galletas. Tantas galletas.