Motivaciones

Muchas veces soy paciente porque sé que me conviene: cuando dejo de gritarles a los niños para que me hagan más fácil caso, cuando no llamo a mi marido a media mañana porque sé que me va a prestar más atención a la noche…

Ejercer una virtud tiene gracia por sí mismo. Todo el mundo debería ser paciente, amable, educado, honrado, leal, por serlo. Pero no funcionamos así. Los seres humanos hacemos las cosas que mejor nos convienen. O, por lo menos las que pensamos que nos convienen.

El problema es que a veces ni siquiera identificamos exactamente qué es lo que necesitamos y menos si es a largo plazo. ¿Para qué voy a dejar el sillón cómodo y hacer ejercicio cansado? ¿Por qué me voy a contener el insulto si ahorita estoy enojado? ¿Cuál es la gana de decir la verdad si me va a caer?

Parte de madurar es poder crear nuestras propias motivaciones para ejercer virtudes. Eso a la vez se traduce en mejores relaciones, vidas interiores más sanas y momentos de felicidad más seguidos. Claro que no siempre funciona y mis hijos reciben el chillido-rompe-tímpanos de vez en más seguido de lo que quisiera. En fin.

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