Habilidades desaprendidas

En abril cumplimos 10 años de casados y hasta el año pasado terminé la bota de Navidad que le había ofrecido a mi marido. Por supuesto mis hijos reclamaron y hoy terminé la segunda. Me ha costado agarrar el ritmo de la costura, tanto por ocupar mi tiempo en otras cosas, como porque yo tenía una manera muy particular de bordar. Me sentaba en la cama de mi mamá y mirábamos/escuchábamos la tele. Así vimos incontables temporadas de básquet, beis, series, etc. La costura nos hacía sentir que no estábamos perdiendo nuestro tiempo, la tele nos entretenía. Y nos hacíamos compañía.

Hay muchos siglos de mujeres reunidas alrededor de una luz, haciendo cosas como bordar. Misioneras sacándole hasta el último uso a la ropa y convirtiendo retazos en obras de arte que arropaban a seres queridos. Paneles para puertas que representaban las historias de la familia. Vestidos adornados primorosamente para halagar a una hija querida.

Encontrar un momento de paz para adquirir o practicar las destrezas manuales que antes eran cotidianas, es quitarle tiempo a tantas otras cosas que reclaman ahora nuestra atención. Pero saber bordar es irrelevante para el sentido principal de la actividad: hacerse compañía. Ahora, ni combinamos nuestros talentos en familia para hacer algo en común, ni nos hablamos cuando no hacemos nada.

La habilidad de estar juntos, sin necesidad de hablar, y sentirse acompañados, la hemos perdido. Pero, como muchas cosas, la podemos recuperar a fuerza de costumbre. Tal vez ya no bordo tanto como antes, pero, en los raros momentos de paz, nos sentamos a pintar mandalas con mi marido. Juntos. Haciéndonos la compañía.

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