Estoy sentada en un trono antiguo, contemplando mi reino, el cuál parece haber sido devastado por hordas de hunos enfurecidos. No tengo sala, no tengo tele, no tengo muebles. Pero estoy feliz, porque todo este relajo es la evidencia palpable del largo proceso que hemos tenido los últimos diez años.
Las personas con desórdenes mentales como la obsesión-compulsión, son tristes víctimas de un deseo desmedido por obtener control de sus vidas. Pensar que porque un lápiz siempre está en el mismo lugar, en exactamente la misma posición, nos hacen más dueños de nuestro destino, es una ilusión que nos llama a todos en alguna medida.
Pero no es más que eso: una ilusión. No es excusa para vivir en un chiquero, pero la excesiva preocupación con controlar lo exterior no es sana. Lo digo por experiencia propia. No hay desinfectante que alcance para arreglar una mala relación. Ni organizador que ponga de pie una conducta desordenada. La tristeza no se quita midiendo la distancia entre los zapatos. La falta de autoestima no se llena poniendo los libros en orden alfabético por autor, género y época.
Hasta que nuestra mente y nuestro corazón están bien, en orden, no importa cómo se mire lo que nos rodea. La satisfacción que siento al ver el desmadre que tengo en la casa, viene de otro lado que no está atado a lo exterior. Además, me queda la ilusión de ponerlo todo en su lugar cuando terminen.