A veces creo que tengo una idea genial y pienso que la voy a escribir más tarde. Y llega más tarde, como ahorita, y la idea se fue saltando a otro lugar, lejos de donde estoy. Sucede a menudo, como si el hemisferio derecho tirara pelotas que le toca recoger al izquierdo y ponerlas en orden. Las que no se anotan, se van.
Tenemos dos formas distintas y complementarias de experimentar e interpretar el mundo. Cada hemisferio nos presenta una vida que, cuando las unimos, nos integra y hace que tengamos una visión mucho más interesante. El problema es que uno no habla y el otro no imagina. Entonces el momento mágico en el que uno manda la idea y el otro la interpreta en lenguaje, es fugaz. Porque pronto pasamos a lo siguiente y lo siguiente.
Cuando uno escribe o hace cualquier otra ocupación creativa, tiene que estar ocupado en eso siempre, porque está preparado para el momento en que se alinean los planetas. Creer que podemos decirle a la inspiración que se espere, es creer que puede detener el agua entre los dedos. La única bondad del proceso es que, si uno es paciente y amable con el hemisferio derecho, le da la oportunidad de regresar a la idea. Lo malo es que, gracias a eso, a veces me despierto a medianoche teniendo que levantarme a escribir.