Yo tenía una idea

A veces creo que tengo una idea genial y pienso que la voy a escribir más tarde. Y llega más tarde, como ahorita, y la idea se fue saltando a otro lugar, lejos de donde estoy. Sucede a menudo, como si el hemisferio derecho tirara pelotas que le toca recoger al izquierdo y ponerlas en orden. Las que no se anotan, se van.

Tenemos dos formas distintas y complementarias de experimentar e interpretar el mundo. Cada hemisferio nos presenta una vida que, cuando las unimos, nos integra y hace que tengamos una visión mucho más interesante. El problema es que uno no habla y el otro no imagina. Entonces el momento mágico en el que uno manda la idea y el otro la interpreta en lenguaje, es fugaz. Porque pronto pasamos a lo siguiente y lo siguiente.

Cuando uno escribe o hace cualquier otra ocupación creativa, tiene que estar ocupado en eso siempre, porque está preparado para el momento en que se alinean los planetas. Creer que podemos decirle a la inspiración que se espere, es creer que puede detener el agua entre los dedos. La única bondad del proceso es que, si uno es paciente y amable con el hemisferio derecho, le da la oportunidad de regresar a la idea. Lo malo es que, gracias a eso, a veces me despierto a medianoche teniendo que levantarme a escribir.

Las vacaciones se llevan dentro

Nada nuevo en estos tiempos modernos: si uno quiere seguir conectado, sigue conectado, no importa qué tan linda esté la mar, Margarita. Pero no es culpa de la tecnología, es culpa nuestra. Hay una errada pretensión del ser humano que cree que el mundo no funciona sin su presencia. Como si la muerte no nos diera a todos vacaciones permanentes.

Siguiendo (de nuevo) el mejor consejo de mi ex jefe, recuerdo siempre que nadie es indispensable, por mucho que seamos irremplazables. Distinción importante. Porque si bien es cierto que “nadie te va a amar como yo”, también es cierto que no seré ni la primera ni la última que lo haga, si se dan las circunstancias. Irse, dejar las cosas un rato, regresar a encontrarlas cambiadas y seguir, es lo que debemos hacer siempre.

Las vacaciones las llevamos adentro, pero tienen más qué ver con admitir que el universo general sigue girando sin nosotros. Y, aunque eso nos da una idea de nuestra insignificancia en el gran plan de las cosas, también nos da libertad. Para ser nosotros, para amar sin presión, para alejarnos para darnos espacio y para dejar un poco en paz a los demás.

Una cuestión de líneas

En la naturaleza no existen las líneas rectas. Éstas sólo son evidencia del paso del ser humano. Como si necesitáramos separar las cosas, dejar una franja tajante de límites. Además que las líneas las usamos también para dejar adentro todo lo que queremos. Y no nos damos cuenta siempre de en dónde están, por mucho que las pongamos nosotros mismos.

Por supuesto que son aún más tajantes las que tenemos en la mente. Primero porque no las podemos ver ni sentir. Pero, sobre todo, porque no siempre son declaradas, aunque permeen todo lo que hacemos, hasta las palabras que usamos. Tendemos a pensar que somos ilimitados y, hasta cierto punto, eso es cierto. El cerebro es plástico y, salvo enfermedades, es capaz de cambiar constantemente. Pero… hay que hacer un esfuerzo para eso. Estar sujeto a la vergüenza de la ignorancia. Estar dispuesto a admitir que uno no sabe. A cuestionar todo lo que uno conoce. Y a admitir que uno se ha puesto líneas.

No siempre es necesario borrarlas, conste. La edad también entrega el derecho de tener algún tipo de sosiego. Pero deberíamos poder movernos si donde estamos nos lastima. Tal vez para eso hay que conservar un poco del hambre y descontento que tenemos de jóvenes, cuando queremos cambiar el mundo. Es suficiente cambiarse uno mismo.

Sacarlo todo

Voy a tirar una cosa al día

necesito espacio, no cabemos

hay tantas palabras que no he dicho

deseos sin cumplir

ideas que no escribo

y luego estás tú

que ocupas todo.

Tal vez me mude a otra mente

y te traiga conmigo.

Una arruga

He planchado tantas veces,

tan mal esta manga

que dejé huellas de aprender

igual que la vida me las deja

sobre la piel

cada vez que da vuelta el calendario.

Qué lástima que para esas arrugas

no hay planchas que valgan.

De tantas personalidades…

Hay un fenómeno marcado y es que no somos la misma persona todo el tiempo. Ni siquiera usamos el mismo tono de voz con todos. Si no, díganme si le hablan al vecino como a su mascota. Y no es falta de personalidad propia o ser poco confiable. Es simplemente que el “yo” no es estático y se adapta a sus circunstancias.

He leído que tenemos hasta distintas personalidades y que, en el mejor de los casos, las integramos en una unidad. El problema viene cuando hay un conflicto de intereses entre las partes que nos habitan y no tenemos forma de reconciliarnos. No puede uno estar peleado con uno mismo, simplemente no hay nada qué ganar.

Me da esperanza saber que no soy siempre la misma porque indica que puedo cambiar, tratar de ser mejor. Y que tengo varias opciones para decir qué quiero ser.

El uniforme

Cuando era niña, mi mamá me hacía la ropa. Aún de grande me hizo blusas y faldas. Definitivamente nunca fui a la vanguardia de la moda… Aún ahora no tengo idea qué es lo que se pone la gente que sabe de “fashion”. No es ni bueno ni malo, sólo me sorprende la necesidad de descartar la ropa que a uno más le gusta y mejor le queda por algo nuevo, sólo porque lo es.

La ropa, como tantos otros marcadores externos, es algo que nos identifica con un grupo al que creemos pertenecer. Es la primera tarjeta de presentación ante gente que no nos conoce. En la época feudal, se podía saber hasta qué profesión tenía alguien por el tipo de sombrero que usaba. Y, aunque eso ya no es tan radical, no dejamos de ponernos una especie de uniforme de la tribu que nos identifica. Y está bien. Pertenecer a un grupo es parte vital de nuestra supervivencia emocional. Somos seres sociales y eso a veces implica seguir ciertas normas no escritas.

Supongo que yo también uso algún tipo de uniforme, si no es más que porque casi no compro ropa nueva y me pongo siempre lo mismo. Y está bien también.

El problema de los gustos

Creo que ya tenemos tan asentado el sentimiento de culpa, que entendemos muy bien que no todo lo que nos gusta, es bueno. Si los pecados no son difíciles de rechazar porque sean desagradables, todo lo contrario. Eso de frenar nuestras pasiones es una de las virtudes que tiene cara de necesidad y garras de tigre, pero que cargamos como parte de nuestra propia edificación.

El problema viene en aceptar que no todo lo que nos disgusta es malo. Principalmente cuando se trata de personas. Es muy gratificante atribuirle al fulano que nos desagrada todos los vicios y defectos del manual del repugnante. Creer que no tiene nada bueno qué decir. Hundirlo en el fango de nuestro desprecio. Cuando, en realidad, hasta el menos útil de los seres humanos tiene algo bueno qué aportarle a la humanidad. Y puede tener la razón, de vez en cuando.

Complicado separar los sentimientos de la percepción del mundo. No, no es complicado, es imposible. Porque somos seres complejos, variados, y no podemos separar los elementos que nos conforman sin dejar de ser quienes somos. Tal vez nos puede quedar de consuelo que el desagrado no es obligación quitarlo, y que hay virtud en reconocer la verdad, donde sea que esté.

Cambiarlo todo y seguir igual

Hago rutinas con todo lo que puedo. Me da paz. Pero trato que no se me vuelvan obligatorias, porque ya me ha dado ansiedad no poder cumplirlas. Sobre todo ante eventos que me han sacudido la vida.

Las cosas que hacemos de forma constante definen quién somos. Si nuestra existencia se va en estar pendiente de los demás, en criticar, en tirar veneno, pues eso es lo que somos: seres miserables. Si llenamos nuestros días de cosas positivas, no importan las catástrofes, siempre vamos a tener una reserva de paz en dónde refugiarnos.

Los cambios son como montañas qué superar en el camino. La rutina es el combustible que me impulsa. Pobre la gente que no tiene nada más que basura en sus vidas.

No sé hablar en serio

Te digo las cosas con una risa

todo, hasta las que están bañadas en lágrimas

porque reírme me hace líquida

y las piedras no me duelen

sólo ruedan, las persigue mi voz

en vez de llamarte y que no vengas.