Simetría < Armonía

Se me cae el lado izquierdo de la cara. Yo me lo miro. Justo donde están las cicatrices. No me sonrío igual y dentro de la orilla de la boca sólo tengo un hoyito, no dos. Una cadera la tengo con más gordo que la otra, me lo dijeron en el masaje. Y todos tenemos una cosa más grande que la otra, dedos, manos, lo que sea. No existe la simetría perfecta en la naturaleza.

Tampoco la hay en las relaciones. Una vez hay más expresividad de una parte que de la otra, menos interés, más intensidad. Es más como buscar un balance al caminar. Si el movimiento fuera totalmente simétrico todo el tiempo, tendríamos que avanzar saltando con ambos pies a la vez y eso cansa. No podemos pretender estar siempre iguales.

Lo que sí existe en la naturaleza para que todo sea atractivo es armonía. Un buen conjunto de diferencias que se complementan. Un dar y recibir que permite progresar. Tal vez no logremos siempre un balance perfecto, pero podemos buscarlo, aceptando las diferencias y usándolas a nuestro favor. Tendré la sonrisa torcida, pero amplia y eso supongo que compensa.

Recordar

Trato de darle tutoría de mate al adolescente pero mi memoria ya no da. Así que se va a tutorías mañana. Estoy en blanco y eso me da la idea de los treinta y pico de años que han pasado.

¿Qué hará que recordemos algunas cosas y otras no? ¿Se afianzarán con la importancia o con la repetición? Hay habilidades que se pierden en el tiempo, y olores que nos envuelven hasta la tumba.

Necesito tutorías de mate. O no. Pero me queda el timbre de voz de mi mamá, el olor a loción y tabaco y aceite de pistola de mi papá, cómo se sentía la piel de mis hijos recién nacidos, la emoción del primer beso. Lo demás se olvida.

Últimas veces

Busqué la última conversación con un amigo, tenía su receta de paella y él ya no está para pedírsela. Tampoco está el chat, lo debo haber borrado entre mis limpias cibernéticas y no lo puedo ni siquiera replicar. Igual con la última vez que nos escribimos con Jorge Mario. O que escuché la voz de mi mamá.

Y es que nunca sabemos cuándo es la última vez de algo. Porque de todo lo que hacemos, tenemos fines. No hay una más, pasamos a lo siguiente y ya. Simplemente no sabemos que ya no hay más hasta que no hay. En ese sentido, cada cosa que hacemos es única, finita y se le puede tratar como que ya no habrá otra.

Creo que eso, en vez de darnos angustia, podría servir para liberarnos. Todo se queda atrás, sólo seguimos nosotros, hasta que nos toque dejar de ser. Y le ponemos la importancia de lo efímero a todo, y lo dejamos ir. Voy a buscar otra receta de paella y se la voy a dedicar a Carlitos. Estoy segura que no tendría ninguna objeción.

Yo quiero saber

Estuve almorzando con primos que son una generación más viejos que yo. Por circunstancias de mi vida, así me tocó. Estoy en limbo entre mis hermanas/primos y sus hijos y no encajo en ninguna de las etapas que tienen. Resulta que mis papás se desvincularon de sus familias, por las razones que fueran, y yo crecí como en una burbuja.

Pero yo quiero saber. Me interesa qué música le gustaba a mi tío y qué comida cocinaba mi abuela y cómo salía vestido mi papá para parrandear. No es que sienta un vacío. En realidad, ninguno conocemos del todo lo que hicieron las generaciones pasadas. Esto nos da la libertad para hacer nuestras propias muladas. No. Yo quiero saber porque me gusta darles dimensión a las personas que han venido antes. La gente no es plana, tiene capas. Conocerlas nos ayuda a tener una visión más amplia del mundo.

El almuerzo estuvo delicioso. Me siento en casa. Y no. Estoy en un lugar que observo y pregunto e indago y me puedo poner a reflexionar sin sentimientos involucrados. Tal vez mi papel dentro de esta familia sea la del testigo.

El momento oportuno

Aprendí a decir te quiero con los ojos enlazados

a pedir ayuda antes de romperlo todo

a responder con empatía

prefiero guardarme las palabras

si van a servir de veneno y no de medicina

no pesa tanto la verdad como la compasión

y anoche, en vez de dar la lección de toda la vida

y decirle a la personita tierna que “todos vamos a morir”,

le mentí con todo mi corazón y le prometí,

que conmigo al lado, nada malo le puede pasar.

Ambas sabemos que no es verdad,

y no importa.

No puedo explicar lo que hago

Gracias a La Peste, digo, al homeschooling, he tenido que hacerlas de tutora de mis hijos, para su desgracia y la mía. Porque yo puedo hacer las operaciones matemáticas y escribir los textos en alemán, pero no puedo explicar cómo lo hago. Para mí, los números hablan y el lenguaje tiene lógica matemática. Y así se hace. Como si no hubiera pasado por un proceso de aprendizaje. Pero no me pasa lo mismo con el karate, que bastante esfuerzo me ha costado aprender y que tengo dolorosamente presente lo mal que lo hago aún.

Las personas con talento generalmente son malos maestros, porque lo que uno debe poder transmitir es el proceso, no el resultado. Pero obligar a cualquiera a explicar lo que hace con claridad y sencillez es ayudarlo a reaprenderlo y hacerlo mejor. Todo, siempre, puede volver a aprenderse. Es uno de los pilares de la transformación personal el aproximarse a las cosas, aún las más comunes, con «mente de principiante». Que no es otra cosa que la disposición de aceptar que uno no lo sabe todo, ni de lo que sabe mucho.

Obligarme a dar pequeñas lecciones a mis hijos me recuerda la necesidad de aprender siempre, como por primera vez. Dejar del lado mis preconcepciones y aceptar nuevas formas de hacer lo que ya hago con alguna habilidad. No quiero volverme vieja y hablar de «las cosas en mis tiempos», porque los tiempos de uno son en los que uno vive hoy y ahora. Pero ya contraté tutora para los niños. No quiero hacerlos infelices.

Lo común y lo malo

Hoy se cayó Spotify. Primero entré en pánico y pensé que me habían hackeado la cuenta. Luego vi que el problema era mundial y me relajé. No es que haya tenido el servicio, es que nadie más lo tenía.

Nos gusta ser los únicos para cosas buenas y uno más entre muchos para cosas malas. Supongo que es porque en cualquiera de ambas circunstancias, somos especiales, pero por razones opuestas. Si sólo a nosotros nos toca el premio, es porque hicimos algo excepcionalmente bueno. Pero si nos sacamos un regaño, un castigo, algo desagradable, es porque somos especialmente “malos”. Hay una gran carga de pensamiento mágico en eso, porque lo aplicamos a todo, hasta a cosas que están totalmente fuera de nuestro control. En la vida, pasan cosas. Nada más. Y son buenas o malas dependiendo de cómo nos toque vivirlas.

Al rato ya regresó el servicio, como supuse que iba a suceder cuando vi que mucha gente estaba igual que yo. Nada como ser común en lo que sufrimos todos.

El trabajo de lo súbito

Esas personas que tienen éxito “de la noche a la mañana”, seguro se han dejado el alma entera trabajando por obtenerlo. Nada surge de la nada y, como no tenemos ningún djiin a nuestro servicio, la magia está en la persistencia. El talento sin práctica se queda estancado. Las ideas geniales sin esfuerzo son para dejarlas en sueños. Hasta el amor, que todo lo puede, necesita que lo atendamos todos los días.

Parece irónico, pero es más difícil esa disciplina para las personas que tienen más habilidades. Porque requieren menos esfuerzo para estar un poco arriba del promedio, que el promedio. Navegar sobre la corriente es tranquilo. Hacer un poco de cambios ya necesita que le metamos ganas. No se trata de siempre luchar contra todo. Es sólo aplicar lo que uno tiene bien para hacerlo mejor.

Los rituales, los horarios, el orden, la disciplina y la constancia, todas esas palabras que suenan desagradables, son simplemente los cauces que nos ayuda a no gastar esfuerzos y concentrarnos en lo importante. El éxito súbito vendrá tarde o temprano. Y siempre es más alegre ir más rápido que el promedio.

Por qué es difícil entender a los padres (y a los hijos)

Hoy fuimos a ver The Batman y es una cosa bien hecha que lo tira a uno en medio de una historia que ya viene comenzada y que no tiene resolución. Un poco como cuando uno nace en una familia que lleva tantos años con un nudo que nadie (ni Alejando Magno) puede deshacer.

La verdad es que todos somos una mezcla de historias, entre la que nos arrastra y la que hilamos para nosotros mismos y nadie se salva de ambas. Las familias en las que caemos ya llevan una trayectoria. Nuestras propias inclinaciones nos llevan hacia puertos que pueden parecerse o no. Y allí es donde estriba la dificultad de entendernos. Cada uno ya tenemos una maleta que hemos llenado de lo propio y lo ajeno, pero siempre es única.

Comienzo a tener hijos adolescentes y tengo que estar abierta a volver a conocerlos como personas. Porque no se parecen a lo que crié hasta ahora. Y está bien. Es el momento de separarse. Aunque duela, aunque me sienta rota, aunque pase ese minuto de incomodidad. Porque mi función en esta vida es que se alejen y hagan la propia. Pero… llega el momento en que se reúnan los argumentos de todas las tramas y allí, en ese cauce común, volvemos a encontrarnos y entendernos.

Un olor a fuego

Me gustó tanto

el olor que deja el humo

cuando desplaza al aire

que, después de las naves,

los campos, los puentes,

el castillo de naipes,

los planes del futuro,

las cartas enviadas y guardadas,

las canciones y las listas,

las fotos, hasta los teléfonos,

no quedó más nada qué quemar

sólo yo,

tal vez si pongo el corazón al fuego

no te quede ni un sólo lugar

donde puedas regresar.