Al fin fui al cementerio. No creo que estén allí mis papás. Ni siquiera sus cuerpos, quince años más tarde. Pero hay una placa con sus nombres y fechas de principio y fin. Tuve que pedirle a uno de los jardineros que me llevara a donde está. Lindas las flores que les dejé. Bueno. Dejé. A la que le gustaron fue a mí. Fui sola, al fin y al cabo, de ellos sólo quedo yo.
Los cementerios son jardines donde crecen los recuerdos. Nos hacen palpable la impermanencia. Y quedamos más conscientes que nosotros sí seguimos. Una placa sobre la grama no tiene brazos ni oídos. Sólo está quien visita.
Supongo que volveré. Aunque sea por mí misma. Allí no hay nadie a quién visitar.