Las fresas con crema explotaron en mis papilas gustativas y mi cerebro me informó que eran lo más exquisito que hubiera comido jamás. Fresas con crema (y un poco de Stevia). No un pastel decadente de chocolate, no una pizza desbordándose de queso, o cualquiera de las comidas que normalmente asociamos con placer alimenticio.
Casi lloro de la tristeza.
Durante los últimos cuatro meses y un poco más, suprimimos de nuestra ingesta toda clase de granos (trigo, maíz, avena, etc.), leguminosas (manías, lentejas, garbanzos, frijolitos), azúcar y alimentos procesados. Lo que comenzó como un programa de 21 días para terminar de bajar un porcentaje de grasa a nivel de vanidad satisfecha, ha devuelto en un cambio completo de hábitos de compra, cocina y consumo por razones de salud, bienestar, energía y, sí, también estética.
Entonces, ¿por qué la desolación? Como especie, el ser humano se encuentra en el pináculo de la disponibilidad de alimentos. Si usted tiene el dinero para comprarlos, puede obtener dos o más veces su requerimiento calórico en cualquiera de los menús de la cadena de comida rápida de su elección. Nuestros antepasados se rifaban el físico cada vez que debían cazar el animal, o recolectaban la comida a riesgo de ser cazados a su vez. ¿Se puede usted imaginar la parálisis cerebral que le ocasionaría a uno de esos cavernícolas la posibilidad de doblar la esquina y encontrarse que, no sólo no tiene que cargar con sus armas, acechar, correr, matar, destazar, regresar con el cadáver, cocinarlo y, por fin, mangiárselo, sino que le ofrecen papitas agrandadas para acompañar su menú?
De nuevo podrá preguntarme, ¿por qué el drama? Simple. El hecho de tener una sobreabundancia de elección, no significa que estemos mejor. Al contrario, la cima sobre la que nos paramos es un sofá amplio sobre el que derrapamos nuestras más amplias posaderas, consecuencia directa de lo gordos, enfermos y fuera de forma que estamos. Y no creo que el prehistórico e hipotético señor que trajimos a comer se comportaría diferente. Ante la opción de comer hasta hartarse o más, seguro que pronto estaría para concurso del hombre más gordo del mundo.
Resulta que hemos logrado llenarnos de comida extra que sólo nos enferma. Que nuestros cuerpos funcionan mejor con combustible limpio (para estar ecológicamente al día). Que mientras menos cosas modernas/procesadas/artificiales nos metamos, mejor.
Que, mientras más parecido comamos a nuestros antepasados, mejor.
Si esto es así con algo tan básico como la comida, ¿qué tanto no aplicará para el resto de cosas de las que nos rodeamos? ¿Verdaderamente necesito comprar lo último de la moda? ¿Trabajar 10 horas al día? ¿Meter a los niños a 99 actividades extracurriculares?
No sé. Lo estoy pensando. Y por eso, al darme cuenta que esas fresas con crema estaban bailando una danza de erotismo gustativo en mi boca, porque ya no me gusta un alfajor (comprobado esta Navidad), me contuve la lágrima que quería escapar.