Una buena cama

A veces me cuesta decidirme a dormir. Como si mi cerebro no quisiera perderse de ni un minuto de consciencia. Hay tanto qué hacer, que la vida nos queda debiendo tiempo. Tal vez por eso tantas culturas creen en cosas como la reencarnación, porque parece demasiado injusto que no podamos experimentarlo todo. Todo.

En días de mucha intensidad, como que cuesta desprenderse del mundo. Está uno contagiado de un entusiasmo por lo logrado que lo suspende en un estado casi de euforia. Bajarse de allí toma voluntad. Y no siempre se tiene. Tenemos tantos químicos que nos preparan para situaciones extremas, pero rara vez los usamos en nuestras vidas modernas. Que yo sepa, quedan pocos tigres dientes de sable que nos depreden y hay muy pocas tribus que aún cazan para comer. A nosotros todo nos queda cómodo.

Nuestra descarga de adrenalina más segura es dentro de nuestros carros. Y allí ni siquiera la podemos descargar corriendo por nuestras vidas. Porque tenemos quinimil carros frente a nosotros, moviéndose al mismo paso de tortuga.

Pero, de vez en cuando, logramos tener un día especial o estamos con alguien que nos prende una llama. Y allí comienza a girar la galaxia que llevamos dentro.

Esos son los días en los que no me quiero dormir. Y, por esos días, agradezco una buena cama.

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