Bueno, no fue el cielo, fue un pedazo del techo de la casa. Entramos casi a la media noche de un concierto a encontrarnos sin techo y la mitad de la casa inundada. Por primera vez preferí irme a acostar y dejarlo para el día siguiente.
Me tocó barrer agua. Recoger los escombros de mi techo y el vidrio de la lámpara del comedor, que aún no sé cómo se rompió si no fue en donde se cayó el pedazo. Yo siempre trato de sacarle una lección a las cosas que me suceden, principalmente para poder escribir al día siguiente.
Barrer agua es como tratar de olvidar lo malo del pasado, siempre queda algo. O como argumentar contra las propias convicciones. O querer dejar de querer. Todo eso pensaba mientras me dolía el hombro con la escoba y maldecía la lámina que se había corrido.
Hasta que, verdaderamente, decidí que barrer agua simplemente es detestable. No todo en la vida es una lección. Hay cosas que simplemente molestan y tocan hacer. Y, por eso mismo, hay que tomarlas como vienen. Tal vez no podamos silbar como Blanca Nieves mientras trabajamos, pero también podemos no hacer drama de todo.
Ya mañana me vienen a arreglar el techo.