La normalidad se vive entre los parámetros que nos ponemos. «Esto está bien, esto está mal» y lo que se sale de esos límites ya no es nuestra zona de confort. Que igual sirve hasta para las experiencias geniales. Podríamos decir que allí está el famoso justo medio. Pero lo cierto es que nuestra vida rara vez es una línea recta que no tiene desviaciones. Y ni hablar de compararnos con más personas. Allí no hay una verdadera media que valga. Lo que a mí me gusta a otra persona le puede parecer asqueroso, basta con ver los condimentos que le pone cada uno a los hotdogs.
Lo que uno aprende a hacer es a ir ajustando esas fronteras para que abarquen más cosas agradables. Lo hago con las actividades físicas y lo trato de hacer con la música y la comida. Sobre todo para mis hijos. Creo que ampliar las cosas que le producen a uno felicidad es enriquecer la existencia y mientras más encontramos, mejor es nuestro paso por este mundo.
Tal vez pensando bien en todo esto, vuelvo a probar el hígado y el revolcado.