Me encantan los libros y las películas de ciencia ficción. A parte que de para mucho en cuanto a vuelos de imaginación, una buena pieza de sci-fi se cuestiona dilemas filosóficos profundos en un vacío que rara vez logramos considerar en nuestra existencia real.
Acabo de ver BladeRunner, un clásico de «¿qué es ser humano»? y no me decepcionó. No da respuestas facilonas y queda todo a merced de la valoración considerada de uno mismo. Y tiene una belleza visual especial. Ser humano, eso que nos determina como únicos, depende tanto de lo que hemos vivido, como de lo que decidimos hacer con todo ese equipaje. A veces, el problema, es que no sabemos que arrastramos valijas tan pesadas en las que no sólo nosotros hemos empacado cosas. Y vamos por la vida con pesos sobre los hombros que, como siempre los hemos llevado, ya no nos sorprenden.
Pero salirse del ciclo de dejarse detener por cosas del pasado requiere mucho más que sólo sentirse retrasado en el avance. Necesita que nos fijemos y escarbemos y nos hurguemos hasta que no quede nada oculto. Y eso duele. Porque quitar el material extra implica usar el bisturí.
Claro que resultamos más livianos, más «nosotros». Al costo de habernos cincelado, moldeado, manipulado. Ser humano implica hacerse un poco. Decidir qué conservar de lo que traemos.
Sí, definitivamente me encanta la ciencia ficción. Y me parece igual de marciano el sólo hecho de pensar que yo logre afianzarme en mí misma. Supongo que es pura cuestión de imaginación.