Desde hace cuatro años, me tomo fotos con alguien profesional. Cuando he tenido un poco más de dinero, hasta me han maquillado así como no me sale a mí y parezco mujer arreglada. Las fotos han tenido de excusa dárselas a alguien, pero, al final, han sido para mí.
Celebramos el paso del tiempo con signos y ceremonias, desde sacrificios antiguos hasta velitas en un pastel. ¿Estaremos dando gracias de permanecer un año más? ¿O quemamos de alguna forma el tiempo transcurrido, la juventud que se nos aleja y a la persona que fuimos antes?
Hay muchas formas de afrontar el envejecer y a mí ninguna me deja del todo satisfecha. La resignación huele a abandono, la resistencia a negación, la aceptación a locura. Yo no quiero hacerme vieja, al menos no como vi envejecer a mi madre que perdió toda capacidad de autonomía. Estoy lejos de eso, veinte años en la línea del tiempo de ella y quién sabe cuántos en la mía. Aprendo de ver a mujeres mayores que yo, que no se lamentan de no ser las que eran, porque se gustan como son.
Eso quiero. Gustarme hoy y ahora. No importa cuándo sea eso. Y, cada año, me seguiré tomando fotos. Supongo que cada vez con más ropa.