Prepararse para fallar

Tengo una relación amor-odio con pintarme las uñas. Comenzando con que nunca me gusta cómo me las dejan en el salón, siguiendo con que las mantengo cortas para no arañar a los niños y para no lastimarme cuando hago karate… Me tardo mucho tiempo en ponerme todas las capas y quedarme quieta para que no se me arruinen.

Invariablemente, se me arruinan. Es inevitable toparse con algo.

Como seres que pueden pensar que existen más allá de un «mañana», nos gusta planificar. La imaginación nos permite proyectarnos y ver las cosas antes que sucedan. Preparamos los ingredientes para un pastel, invitamos personas a eventos en el futuro, queremos hacer planes de cómo sean nuestras vidas… Y rara vez las cosas resultan como las queríamos.

Nunca emprendemos algo para no poder lograrlo. Pero sí está bien que estemos preparados para que no nos salga todo como queríamos.

No se trata de cambiar de metas. Sólo de saber cómo levantarnos cuando nos caigamos. Porque eso sí es seguro. Nos vamos a caer.

Así como es seguro que me voy a arruinar las uñas recién pintadas. Por eso llevo el esmalte entre la bolsa.

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