Realidades Verdaderas

El dicho de «cada cabeza es un mundo» no podría tener más sentido de lo cierto. Porque el mundo «real» sólo existe como pulsaciones electromagnéticas, partículas químicas que percibimos con nuestros limitados sentidos y traducimos dentro de nuestros cerebros. No hay forma de saber si mi verde es el mismo que el del vecino. Tampoco hay una manera exacta de transmitir todas las ideas que se comunican las neuronas que llevamos (cuando logran la sinapsis).

Me pasa con el karate. Yo sé cómo se deben ver los pasos, una secuencia elegante de movimientos continuos, gráciles y fuertes, cuerpos moviéndose como agua y golpeando como hierro. Tengo el conocimiento dentro de mi cabeza. Podría decir que tengo la verdad. Pero, al momento de sacarlo, me parezco más a una gallina desplumada cacareando por el patio que a un tigre acechando la selva.

¿Cuál es la verdad que importa? ¿Saber el contenido del examen o ganarlo y olvidar el material? ¿Amar con todo el corazón a alguien y nunca decírselo, o querer un poco menos, pero demostrarlo? Podría saberme todos los chistes del mundo, pero si no los cuento, no soy graciosa. ¿O sí?

¿Cuánta de nuestra vida transcurre en experiencias que sólo suceden en nuestra mente? ¿Cuántas veces hemos arreglado una discusión pasada, volviéndola a revivir y contestando todo lo que no pudimos decir en su momento?

La vida interior que no se manifiesta es una luz escondida, desperdiciada. La vida exterior sin contenido es una nota estridente que no se une con una armonía más compleja.

Y allí, tratando de econtrar el medio, estoy yo. Practica y practica las katas para no aletear.

Fractales vs. Rompecabezas

Un fractal es evidencia del orden a nivel macro dentro del caos. Una figura que se replica a sí misma infinitas veces y sigue siendo igual hasta en su fragmento más pequeño. Está en constante cambio y en perfecta estabilidad.

Un rompecabezas es una imagen estática compuesta de piezas aisladas. No se puede descifrar el conjunto con sólo observar una parte. Tiene un orden específico, fácil de identificar. Si se pierde un fragmento, el cuadro está incompleto.

Cuando una vida refleja un fractal, retiene su esencia hasta en la más pequeña de sus interacciones. Si no va a mentir, no les dice a sus hijos que existe Santa Claus. Si va a seguir las leyes, no se pasa un semáforo en rojo. Si no va a robar, regresa a devolver un vuelto extra. Poder evolucionar manteniendo la identidad es crecer ordenadamente dentro del caos. Puede perder una parte de su vida (dejar de ser hija, abogada) y seguir siendo el mismo todo.

Aprender a crecer así, replicándose uno mismo en constante evolución, es llevar una vida íntegra, en la que cualquiera lo puede reconocer a uno, no importa el sombrero que tenga puesto en un momento determinado. Seguir viviendo como si uno fuera un rompecabezas nos limita a ser una sola imagen que se fragmenta y que no puede cambiar, porque queda roto.

Conozco a una persona que lleva esa integridad en su vida, con un compás moral tan fijo que hasta lo tiene tatuado. Es una de las cualidades que me siguen admirando (eso y lo guapo).

Tal vez no lo logre del todo, pero me encantaría que, al final de mi vida, todas las personas con que haya interactuado puedan encontrar a la Luisa Fernanda que conocían en las historias de las demás. Que haya podido ser la misma con todos, aún siendo diferente.

El Mejor Vacío

Siempre es lo mismo. Pasar mucho tiempo juntos es llenar una reserva de agua para días de sequía. Los cuales son los más, porque de algo hay que vivir.

Esa reserva se vacía de a poquito. Unas gotas los días de clase en la u, porque me vence el sueño y caigo muerta a las 9:30. Otro poco cuando no hay tiempo ni de mandarse un mensajito. Hay una fuga cuando pasa algo tonto y no le puedo hablar, porque estamos ocupados.

Es un lugar de mi corazón que tiene necesidad de llenarse. Una necesidad que yo misma he creado, que permito, que aliento. Porque el sentirla llena es dulce. Porque no necesito que esté repleta para vivir, pero lo prefiero.

Hacerse vulnerable y estar abiertos a ese dolorcito nos permite disfrutar mucho más de todas esas veces cuando sí hay un mensaje, una llamada. Cuando una mano a media espalda recuerda que uno no está solo, que tiene el compañero de viaje que eligió. Se sigue teniendo vida independiente, pero es más satisfactoria porque hay con quien compartirla, aunque sea en momentos robados a lo cotidiano.

No soy masoquista, pero ese dolor sí me gusta. Y hay alguien que lo siente conmigo.

La Presa de los Recuerdos

Hace poco recordaba uno de tantos momentos desagradables de mi paso por el colegio. Mis compañeros durante mucho tiempo decían que yo infectaba y se echaban «spray» imaginario si los llegaba a tocar. Por una de esas desafortunadas conjugaciones astrales, una niña mimada y con pocas habilidades sociales -yo- fue a caer a un grupo de niños especialmente crueles.

Puedo asegurar que no recuerdo ni la décima parte de mis años escolares. Tengo lagunas mentales de tamaños oceánicos, muy bien resguardadas detrás de diques que parecen holandeses.

De vez en cuando hay alguna fuga, como la de la «infectada». No es agradable, porque todavía duelen. Pocas heridas son tan profundas como las que nos hacen de niños. Porque las magnificamos con los años. Porque no supimos sanarlas en su momento. Porque nos marcaron y nos hicieron las personas que somos ahora.

Supongo que un psicólogo me alentaría drenar mis recuerdos. Supongo que entendería mejor mi carácter. Supongo que recuperaría algún momento feliz que está enterrado.

No sé si me atreva a hacerlo algún día, porque temo ahogarme.

Nuestras Ataduras

En ambos lados de mi familia hay historia de alcoholismo. Es algo que me mantiene a raya, creo que me sobran cuatro dedos para contar las veces que me he emborrachado. Tampoco fumo, por lo mismo. Les tengo pavor a los vicios. Porque son una atadura, una renuncia de voluntad.

Y no es que no tenga algo que me amarre. Como buen ser humano, tengo muchas cosas que me encasillan. Mis prejuicios, mis creencias, mis valores. Pero creo que todos son voluntarios, la cárcel está hecha a mi medida y tengo las llaves en mi bolsillo.

Mi amarre principal es el ideal de mí misma que guardo como mapa del tesoro. Es la barrera que tiene a raya a mi Dr. Merengue (si usted está muy joven para captar la referencia, lo siento). Lo miro en el ejemplo que les quiero dar a mis hijos, en el mejor lado de mí que comparto con mi esposo y, sobre todo, en la voz que habita mi cabeza y la pobla de afirmaciones positivas.

Ésa es mi yo que prefiero alimentar. Y el guaro, malos pensamientos y peores costumbres no son la dieta ideal.

El Vestido

…y los zapatos y el maquillaje y las joyas y el peinado. ¡Qué vergüenza si nos volvemos a poner lo mismo que la boda pasada! ¿Qué van a pensar?

Es cierto que se siente feo que lo pelen a uno pero: 1. Rara vez se entera uno, por eso pela la gente, porque no tiene los huevos de decir las cosas de frente. 2. La gente que tiene cosas importantes en su vida no se acuerda qué se puso uno en la fiesta pasada. 3. La gente que sí se acuerda y que le importa, no es importante.

Pasamos por la vida viviendo para los demás, poniéndonos ropa de moda que no nos gusta para los demás y haciendo otro montón de cosas para los demás.

Y pocas son las veces que los demás se fijan en uno, porque van más preocupados de lo que van a decir de ellos.

Darse cuenta de lo poco importante que es uno en la vida del mundo en general es liberador. Poder salir a la calle como uno quiere, dentro de las normas mínimas de convivencia le permite a uno gastar energía en otro lado. Fijarse en la poca gente que importa dirige nuestras emociones a lo que sí alimenta.

Y aprender que uno se puede volver a poner el mismo vestido todas las veces que uno quiere, es una delicia.

La Confianza Apesta

Es un dicho de una amiga, refiriéndose a un amigo que, habiendo ganado demasiada confianza, nos había perdido mucho del respeto.

Por alguna razón, hay personas que creen que mayor intimidad les da licencia para dejar las buenas costumbres en la puerta. No lo entiendo. Yo me acerco a la gente que admiro y respeto y nutro la amistad porque me gusta su comportamiento. Me imagino que a mis amigos también les gusta cómo soy con ellos. Estoy completamente segura que eso cambiaría tan rápido como se disipa una calentura nocturna con la luz del día si, por la «confianza» que les tengo, comenzara a tratar a mis amigos como chancleta.

Es más difícil aún con las personas con las que uno vive. El pants perpetuo y los pelos de nido de ratas que se vuelven el uniforme de estar en casa. La falta de un «buenas noches», porque igual se amanece juntos, los «gracias» y «por favores» asesinados por el roce diario. Si la gente le pusiera la misma atención a su pareja, con el mismo cuidado de enseñar la mejor cara, pocos matrimonios se podrían describir como dormir con el enemigo.

Tener confianza no es sinónimo de convertirse en el patán del hogar. La intimidad debería servir para esmerarse en ser cada día más cuidadoso de una relación que mejora con el tiempo.

 

La Fuente De La Juventud

Los cambios no se miran día a día, porque son pequeños, graduales. Las amistades que tenemos algún tiempo de no ver pueden notar alguna diferencia. Las fotos son un gancho al ego que resaltan todos los lugares vacíos de líneas.

La juventud física es un regalo efímero, que no le dura a nadie. No hay bisturí que lo devuelva. Pero sí hay una fórmula mágica para retroceder el tiempo.

La invoco cada vez que miro algo familiar a través de los ojos nuevos de mis hijos. Escuchar una viejada y que les encante por primera vez. Releer un libro y que un desenlace conocido sorprenda. Es hasta volver a reír con chistes tan recalentados como los de Pepito.

Mi corazón rejuvenece cuando juego con ellos, aunque mis ojos marquen las risas con surcos nuevos. No hay bisturí que logre quitar las arrugas del ánimo. Pero pónganme a ver Star Wars por primera vez otra vez y no necesito ninguna cirugía.

Lo Que No Se Mira

Ahora me duele la espalda. Mucho. Sentada, parada, acostada. No importa cómo. Pero sigo con mi vida porque quedarme acostada no es opción. Lamentablemente el dolor me está cocinando el ya agrio carácter y tengo un poco más erosionada la paciencia. No es excusa. Simplemente debo hacer un mayor esfuerzo por no rematar con el mundo y sus alrededores, con niveles mixtos de éxito.

Y aunque no tengo el menor interés de conocer la vida de todas las personas con las que entro en contacto, no dejo de pensar qué dolores podrán estar cargando. Seguro que la mayoría de veces que recibe uno una mala cara, no es personal. Comp diría mi mamá, tal vez le dieron amargo el café. Pero tampoco se sabe si detrás de una amable sonrisa hay un corazón roto.

He visto personas con vidas verdaderamente trágicas que encuentran la fortaleza de carácter para no ser perfectos hijos de la chingada. También a los que la más trivial de las tribulaciones los convierte en energúmenos, sino sólo hay que ver el tráfico.

Mientras no sepamos qué le sucede realmente a la gente, no podemos entender bien sus acciones. Pero sí podemos hacer dos cosas: alejarnos de la gente que nos lastima y no rematar con la gente que queremos.

Tengo que encontrar quién me inyecte doloneurobión, antes que me manden de retiro a un lugar alejado.

Buscar Compañía

Las que hemos estado embarazadas sabemos que no hay conexión más cercana que la que se forma biológica, emocional y químicamente con esa persona que se lleva dentro. Hasta al nivel genético, el trayecto del óvulo fecundado a través de las trompas de falopio al útero transcurre en un intercambio de información. El resultado es que llevamos genes de nuestros hijos incrustados en nuestro adn, aunque sea a un nivel minúsculo. La experiencia nos transforma el cuerpo, la oxitocina nos recablea las neuronas y la experiencia nos da canas, arrugas y satisfacción.

Lo que no da la maternidad es compañía. Porque la relación entre padres e hijos no tiene ese propósito. Uno con los cuates bromea, tiene experiencias formativas en común, no moldea, corrige, forma. Que es lo que debería poder hacerse con los hijos, claro que con cariño, buen trato, pero nunca amistosidad.

Yo no puedo pelotear mis confusiones existenciales con mi niño de 7 años. Por lo menos no todavía. No sería justo para él. Tiene derecho a ser hijo y a escoger a sus cuates y que esos dos mundos estén separados.

Tuve una experiencia diferente con mi mamá, con resultados contradictorios y no del todo positivos. Fue hasta su muerte que yo sentí la necesidad de hacer amigas, y menos mal que lo pude hacer.

La cercanía no implica compañía y espero brindarles la suficiente independencia a mis hijos para que encuentren su propia tribu y además les guste regresar a mi casa. Porque, aunque no sean mis amigos, siempre serán parte de mí.