Lo que me gusta de la idea de la magia es que se obtiene un resultado complicado por medio de una simple incantación de palabras. «Bibidi Babidi Bu» creo que era mi favorita. La del hada madrina de la Cenicienta. Fantástico el vestido y el carruaje y las zapatillas. Todo inmediato.
Pero en la vida nada funciona así. Podríamos decir que, en vez de magia, hay química. La pura elaboración cuidadosa y fatigosa de pociones que requieren procedimientos exactos, ingredientes específicos y cuidados especiales. Esa que alimentamos con esfuerzos y concesiones y sudor. A la que le ponemos atención porque no queremos que se enfríe la pócima o se queme. Bastante trabajo lleva a veces conseguir el ojo de dragón que le metemos a la mezcla como para dejarla que se eche a perder.
Las relaciones que parecen mágicas, esas que funcionan por años de años y que uno mira a los viejitos agarrados de la mano, ésas no tienen nada de magia. No existe una fórmula de palabras que cubra con un hechizo y haga que todo funcione. Pareciera más bien que son producto de dos personas que se quedan vigilando una mezcla a la que siempre hay que meterle cosas nuevas para que se quede igual.
No siempre se puede. A veces se pierde un poco del encanto. Los ingredientes son más difíciles de conseguir. Pero, cuando todo se amalgama como debe, allí sí parece que hubiera algo más.