Mi Traida Exigente

Prefiero los gatos. No me gustan los perros. Apestan, babean y todo el tiempo requieren de atención. Los gatos huelen bien, jamás sueltan baba y sólo se acercan de vez en cuando. Si un perro no se ejercita, destroza la casa entera. Un gato encuentra entretenimiento solito, aunque sea con una bolsa de papel. En pocas palabras, los perros son chiclosos, melcochosos, «needy». Guácala.
A nadie le gustan esas relaciones. Tampoco estoy aconsejando la distancia y frialdad como modus operandi, pero un poco de espacio personal siempre es saludable.
Yo no soy el mejor ejemplo del término medio, tiendo más hacia las áreas gélidas, miau. Pero aprecio a la gente que me quiere y me busca aún con mis carencias emotivas. He aprendido a ser cariñosa con mis hijos, pero sí tengo que recordarme conscientemente de darles un abrazo todos los días. Mi esposo recibe mis demostraciones a través del estómago: yo cocino para agradar, es un milagro que no rodemos en esta casa.
Cada uno tenemos la medida de lo que nos agrada. Más importante, de lo que no nos agrada. Por eso es tan difícil hacer juicios de valor sobre la forma en la que vive la demás gente, porque no estamos en sus zapatos, no sentimos con su corazón y definitivamente no pensamos con su cabeza.
De nuevo, las relaciones melcochosas y dependientes me ahogan y por eso siempre he tenido gatos. Hasta ahora todo me había funcionado bien. Hasta ahora. La gata que habita en mi casa me sigue por todos lados, maúlla constantemente, siempre quiere estar sobre mí y (horror de horrores) babea. Peor que traida exigente. Prefiero al hámster.

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