Mis hijos creen que yo puedo leerles la mente. No andan muy alejado de la realidad, sus acciones son tan transparentes que se les pueden leer los pensamientos en la frente. Lamentablemente, a veces creo que esa es una verdadera habilidad y espero que la gente a mi alrededor lo haga.
Nada tan trágico para una relación como creer que el otro sabe lo que queremos sin decírselo. Es una maña muy fea esperar que la persona que tenemos enfrente nos entienda qué esperamos de ella si no se lo hemos explicado. Se mira en los trabajos cuando no preguntamos exactamente cuáles son nuestras atribuciones. En los colegios que no tienen políticas claras. En las parejas que no tienen ni idea qué quiere el otro, pero «se lo imaginan».
Generalmente, tenemos expectativas del comportamiento del otro y nos decepcionamos cuando no se cumplen. Como si fuera obligación de los demás llenarnos. Además, lo que hagan terceros está fuera de nuestro control y sólo deberíamos aceptar o rechazar, no resentirnos si no hacen lo que queremos. Sobre todo si no dijimos de antemano qué era lo que esperábamos.
Dejar las cosas en claro implica que nosotros sabemos qué queremos. Tal vez allí está el problema, porque muchas veces ni nosotros mismos nos conocemos.