Son posiblemente la figura geométrica más perfecta, completa, dinámica. Significan eternidad y movimiento y protección. Ponlos a girar y te llevan a donde quieras. Dales vueltas sobre su eje y son una esfera, que es un mundo, o un sol, o un universo. Los que estamos casados los llevamos como signo y a los que les gusta quitárselos, los delata la marca.
Pero dejemos un círculo abierto y nos queda algo más parecido a una «c», como de «cagadales». Cuando no unimos los extremos de nuestras vidas, terminamos recorriendo una espiral que inevitablemente nos lleva al mismo punto, sólo que un poco más abajo. O se quedan recordándonos que dejamos algo sin concluir, como tener la espinita de no haber podido madurar mi relación con mi papá.
Poder cerrar una etapa, darle una conclusión a una historia, libera para lo que pueda venir. Una conversación en un restaurante perdido me ayudó a recuperar el recuerdo de mi mejor amigo y abrir la puerta para una llamada que, años después me traería al hogar que tengo hoy. No siempre es fácil tomar esas decisiones. Me costó siete años sentarme a la orilla de una cama y decir «hasta aquí». Mis pesadillas recurrentes son escenarios en los que no dí ese paso.
Muchas veces necesitamos perdonar a otras personas para salir adelante. Otras, tal vez las más complicadas, debemos perdonarnos a nosotros mismos y darle fin a un vicio. Las más tristes son cuando no queda nada qué hacer.
En estos momentos las historias de mi vida aún están en movimiento y tengo pocos círculos cercanos a cerrarse. Espero que, cuando llegue el momento, tenga la oportunidad de unir todos los extremos. No me gustaría dejar gente con cosas pendientes.