Ahora me duele la espalda. Mucho. Sentada, parada, acostada. No importa cómo. Pero sigo con mi vida porque quedarme acostada no es opción. Lamentablemente el dolor me está cocinando el ya agrio carácter y tengo un poco más erosionada la paciencia. No es excusa. Simplemente debo hacer un mayor esfuerzo por no rematar con el mundo y sus alrededores, con niveles mixtos de éxito.
Y aunque no tengo el menor interés de conocer la vida de todas las personas con las que entro en contacto, no dejo de pensar qué dolores podrán estar cargando. Seguro que la mayoría de veces que recibe uno una mala cara, no es personal. Comp diría mi mamá, tal vez le dieron amargo el café. Pero tampoco se sabe si detrás de una amable sonrisa hay un corazón roto.
He visto personas con vidas verdaderamente trágicas que encuentran la fortaleza de carácter para no ser perfectos hijos de la chingada. También a los que la más trivial de las tribulaciones los convierte en energúmenos, sino sólo hay que ver el tráfico.
Mientras no sepamos qué le sucede realmente a la gente, no podemos entender bien sus acciones. Pero sí podemos hacer dos cosas: alejarnos de la gente que nos lastima y no rematar con la gente que queremos.
Tengo que encontrar quién me inyecte doloneurobión, antes que me manden de retiro a un lugar alejado.