Ayer escuchaba una muy mala canción, pero con una pausa genial. En el espacio de los segundos que dejaba de cantar, cabía cualquier cosa. Como aquella molestadera de niños “pican, pican los mosquitos”.
Las pausas, los espacios en blanco, los vacíos, las ausencias. Todos son torbellinos que halan nuestras mentes. Sentimos la necesidad de llenarlos. Detestamos los agujeros en la vida, esos saltos de memoria, la falta de información y tendemos a taparlos con nuestras propias suposiciones.
Así, el silencio en una conversación se convierte en una confirmación de nuestros peores miedos. Un cuarto sin luz que parece vacío y que poblamos de monstruos. Cuando, en realidad, sólo no sabemos qué hay.
Hacer conexiones para unir puntos está bien. Es más, es necesario para poder proyectarse uno en el futuro y entender el pasado. Lo que no está bien es pretender que esa “información” extra que estamos imaginándonos acerca de otra persona, es cierta. Nada como suponer intenciones ajenas para estar frecuentemente equivocados.
Siempre es mejor preguntar. Tal vez la respuesta nos sorprenda tanto como la siguiente estrofa de una canción en doble sentido.