Hay mundial. Perdón, The Múndial. Yo no soy fanática del fútbol, pero entiendo perfectamente ese sentimiento avasallador que hace que gente adulta le grite a la tele, como si le fueran a contestar/escuchar a uno. Actitudes de niños de menos de dos años que creen que los muñequitos esos existen.
No tengo equipo que me apasione, pero si tengo que irle a alguien, le voy a Alemania, al fin y al cabo fueron varios años de colonización en el colegio. El domingo fuimos a verlos perder al Club Alemán, lugar que, cosa entendible, estaba lleno de descendientes en varios grados de inmediatez o lejanía de antepasados teutones, algunos más tostados que otros, pero todos con la expectativa de la supuesta fácil victoria. El ambiente se fue desinflando conforme iba avanzando el tiempo y, no sólo no lograron ganar, sino que perdieron.
Todo puede pasar en una cosa de éstas y era el primero de muchos partidos. Hasta allí, todo bien. Lo que no me entra en la cabeza es que había más de una persona engalanado de pies a cabeza del equipo mexicano, gritando el gol, felicitando cada atajada y poniéndose a imitar con el mejor galío de mariachi a la Tortrix un grito charro cuando terminó el asunto. O sea, qué valientes. Y está bien, pero estaban en la casa del otro equipo…
Como si yo hubiera llegado con camisola de die Mannschaft a la embajada mexicana. No sé, no me cuadra porque yo no lo haría. Y también entiendo que no es el fin del universo, nadie les dijo nada, todos se fueron muy tristes o felices y no sucedió ningún incidente.