Las cosas al revés

Cuando voy de copiloto, suelo voltear a ver las calles en sentido contrario a sus vías. Sobre todo las del Centro que conozco a fuerza de tantos años de pasar por ellas. Son iguales que cuando manejo, o sea, son las mismas, pero no son iguales. Se miran distintas porque las observo desde otra perspectiva.

Tan fácil hacer eso con una calle y tan difícil con la propia vida. Eso de darle un significado diferente a un acontecimiento que nos marcó, es como hacer magia, viajar en el tiempo y matar tiernito al sentimiento que nos rompió el corazón. Ese dolor que nos sigue haciendo detenernos un momento en las mañanas se puede disolver con un simple cambio de punto de vista.

Lo que yo grabé en mi memoria como puras desaprobaciones de mi papá, si pudiera verlas como expresiones de cariño y su afán porque yo fuera mejor, dejarían de cantarme al oído que «no soy suficiente». Reescribimos nuestros recuerdos cada vez que los sacamos y examinamos. Como esa disyuntiva de los científicos que no saben si el objeto observado es diferente por el simple hecho de serlo. En nuestro caso, sabemos perfectamente que sí cambiamos la memoria, aunque sea el mismo. Porque nosotros somos distintos y nos imprimimos en ella.

Tal vez necesito ayuda para hacerlo. Ir de pasajera, sin querer tener siempre el control y siempre ver las cosas como yo quiero.

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