Regreso siempre a cosas que me intrigan. Cosas que son tan trascendentales, que se vuelven irrelevantes. Cosas como “¿lo que yo miro como rojo y otra persona llama rojo, lo mirará ella como lo que yo llamo verde?”. La percepción del mundo dentro del cerebro de cada quien es lo que le da forma a cómo pensamos.
Y no importa. Porque jamás podremos meternos verdaderamente en la mente de alguien más para ver el universo a través de sus ojos. Sólo podemos aspirar a comunicarnos con la suficiente capacidad como para conectarnos en algún nivel.
La vida se percibe desde nuestro centro. Por eso sí, cada uno somos el centro del universo. Pero hay muchos, muchísimos universos y no vivimos aislados. Al menos no los que buscamos tener relaciones.
Tenemos que llegar a orbitarnos. Más cerca de unos que de otros. Tratar de experimentar la vida como la perciben los demás es ampliar nuestra propia vida.
La realidad universal como tal sólo existe en lo más básico, en el mundo de los hechos fríos y duros. Las matemáticas como lenguaje son milagrosas. Pero no son suficiente.
El ser binario ayuda a ser efectivo. A cerrar ciclos. A dejar atrás. Pero no sirve para vivir plenamente. Porque la verdad es tan amplia como personas que la viven. Y los sentimientos, por muy básicos que sean, rara vez son sencillos sin ser complejos.
El negro sigue siendo mi color favorito. Quién sabe si es el mismo para todos. Y tampoco importa.