Ver la mesa del costurero de mi mamá era llevarse una idea de cómo podía lucir una tienda de telas e hilos por la que hubiera pasado un huracán. Sin embargo, ella sabía exactamente en dónde estaba todo. Al contrario de mi papá que lo tenía todo clasificado y nunca encontraba ni un rollo de tape. Salía a comprar, regresaba con doce y, al guardarlos, encontraba las doce docenas anteriores.
El ser ordenado no necesariamente es lo mismo que ser metódico. Para los que somos desordenados por naturaleza, la organización y los horarios son completamente necesarios. De lo contrario, pasaríamos viendo el techo todo el día. Yo necesito ponerme las cosas de la mañana en la misma secuencia, porque si no lo hago, salgo a la calle sin desodorante. Seguro. Como me ha pasado que si no meto mis cosas en el maletín siempre la noche anterior, en el vestidor me doy cuenta que no llevo cosas esenciales. Como ropa interior. No es simpático.
La metodología nos da estructura. La estructura nos da seguridad. La seguridad nos deja avanzar. Claro que se puede ser muy rígido y entrar en un poco (o un mucho) de pánico cuando se introducen cosas nuevas en esa rutina. Me pasa. Eso de que me cambien algo en lo que hago me toma tiempo asimilarlo. Pero he aprendido a hacer planes y disfrutar si no se cumplen. Planifico para no morirme si no sale lo planificado.
Mi escritorio no tiene mayor cosa encima y las gavetas están vacías. Prefiero no probar mi capacidad para meter la mano en un volcán de desorden y encontrar el lápiz azul que estaba buscando. No soy mi mamá.