La inundación

Ayer llovió como si ya no quisiera dejar el cielo un pedazo seco, copiosa y constantemente. El niño y yo estábamos felices leyendo, sin corriente eléctrica, empacados en la cama, la camaradería de dos personas que saben estar juntas en silencio. Bajé por una pendejada (no recuerdo cuál) y… la sala entera inundada. Creo que había agua suficiente como para hacer marea.

Nos pusimos a barrerla, una hora o más, dos escobas y mucho cuidado para no arruinar todos los muebles. No los podíamos sacar porque pesan demasiado y sólo estábamos los dos.

Hay muchas formas de hacer las cosas. Sobre todo las inevitables, las cuales generalmente no son placenteras, como lavar platos, ir al colegio, hacer cuentas, sacar agua. Molestan y nos incomodan y quisiéramos no hacerlas. Entonces nos ponemos a hacer berrinche. Yo lo hago seguido. O podemos tragarnos la sensación de enojo y hacerlo, si no con gusto, al menos no recalcando lo desagradable. Es una pura cuestión de redirigir la atención del cerebro a otra cosa, aunque sea la menos mala. Creo que la resignación tendría más adeptos si, en vez de ponerle una cara de víctima que sufre en silencio una tortura, se enseña a un niño barriendo agua para sacarla de la sala.

Nos la pasamos bien, espalda torcida y todo. Pero tampoco es que esté pidiendo que vuelva a suceder.

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