Cuando uno canta, se puede escuchar mal por dos razones: porque desafina y porque descuadra. La primera es muy fácil: no canta uno en el tono que debe. La segunda tiene más qué ver con el momento en el que uno canta. Una vez escuchamos a una señora tocando el piano que fallaba con éxito en ambos rubros. Cosa difícil descuadrar de la música que uno mismo está tocando. La señora tenía su mérito.
Cuando uno tiene la nota incorrecta en cualquier aspecto de la vida, el error es evidente. Como gritar en una biblioteca o insultar a un maestro. Está mal. Suena mal. Pero cuadrar… Eso ya es otro tipo de error que no siempre se entiende hasta que es demasiado tarde. Cuestión de ritmo, tal vez. Como si uno quisiera bailar con los pasos correctos fuera del tiempo adecuado. Se mira mal.
Aprender a tomarse las pausas que pide la música, a caminar a un paso que podemos sostener y a cabalgar las olas de tempestad que a veces hay en las relaciones, requiere momentos de calma, de observación y de práctica. Mucha práctica. Porque todos llevamos la música de nuestra propia vida, aunque a veces sintamos que alguien más va aporreando un tambor a nuestro lado.
Y, si no nos sale la canción a la primera, pues será cuestión de seguir haciendo los ejercicios hasta que sonemos bien.