Ayer fuimos a ver Jurassic World y pasé tensa toda la película. Hoy vimos el partido de Argentina contra Nigeria y pasé tensa todo el partido. Manejo y voy tensa todo el camino. Hago karate y hago tensa toda la kata. Siento que ando como un resorte a punto de saltar todo el tiempo.
Lo malo es que así estamos todos. Y por cosas triviales. Porque las películas y los partidos y la tele y todo es poca cosa. Nuestros cerebros no distinguen entre dolores físicos y emocionales, tensiones reales e imaginarias, tomas de decisiones portentosas y las que nos dejan como pendejos media hora en el clóset sin saber qué ponernos.
Perspectiva. Esa cosa maravillosa que implica dar uno o varios pasos hacia atrás para asignarle el valor justo a las cosas que tenemos enfrente. Nos cuesta, porque estamos en un cuadro que se está desarrollando en un momento determinado. Y porque se supone que tenemos que vivir en el «ahora». Pero también vale la pena pensar si lo que está sucediendo «ahora» es importante para mi después. Si verdaderamente nos va a cambiar la vida si nos ponemos esa blusa negra o la otra.
Aprendo a respirar como cuando nado: despacio y con ritmo. Así le doy espacio a mi mente para identificar las cosas por las que verdaderamente vale la pena pedir la adrenalina. Si no, es puro desperdicio.