El tiempo es perro

Había extraviado un álbum de fotos de cuando tenía 20 años. Tenía un sentimiento de nostalgia de no tener las únicas fotos de esa época de mi vida que, por muchas razones, prefiero no recordar. Bien tomadas, son muy bonitas y es chilero enseñarles a los niños que su mamá alguna vez estuvo cerca de sus edades.

Nunca regresamos a una época pasada. Ni siquiera podemos volver a leer un mismo libro con el mismo resultado. Cuando tomamos una foto, aún de ayer, no estamos en el mismo lugar, ya pasaron 24 horas que causaron un impacto en nuestras vidas.

Volverse a ver, 20 años después, en un momento ideal y congelado es ignorar que hubo días despeinados, lágrimas que hinchaban los ojos, noches de profundo dolor. Siempre los hay. También es injusto con el yo de hoy, porque le restamos importancia a las mañanas de sol, a las risas que iluminan las caras, la experiencia que le da carácter a las facciones, el cerebro que nos hace interesantes.

El tiempo es perro. No cesa de pasar. Y es fiel, porque nos trata como nosotros a él. Y nos da la oportunidad todos los días de rascarle la cabeza y movernos la cola. Y avanzar. De eso se trata. De vernos como éramos y querernos entonces, queriéndonos más hoy.

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