Última semana de vacaciones en las que, gloriosamente, no hemos hecho nada. Comer, ver tele, karate, nadar, respirar, dormir. Los niños relajados han crecido como plantas bien abonadas. El aburrimiento se va acercando de a poco, justo a tiempo para que empiece el colegio.
Me encanta organizarles su tiempo a mis hijos. Y a mí. Si pudiera salirme con la mía, habría una tarea asignada para cada momento del día. Es rico saber qué se hace. Y agobiante porque jamás sale todo como uno quiere al centavo.
Creo que lo ideal es una mezcla entre estar preparado para hacer cosas y también para no poder hacerlas. Lo cierto es que ahora mismo estamos viendo una película con la niña después de pintarnos las uñas. Logro que se bañen, que coman a sus horas y se duerman temprano. Bastante es.
Ya la otra semana retomamos las carreras de las obligaciones. Y eso también está bien.