Mis hijos están descubriendo el mundo. Es fascinante. Ahora el grande está explorando los límites de su realidad y comenzó a imaginarse el mundo al revés: «En el mundo al revés, los pájaros nadarían y los peces volarían. En el mundo al revés, naceríamos viejos y cada vez seríamos más chiquitos.» Pero la que es más recurrente es: «En el mundo al revés, las chucherías y dulces serían comida saludable.» Claro, la mamá que tiene ese pobre muchachito no lo deja soñar en paz y le dice: «Sí, pero entonces no nos gustaría y buscaríamos comer lechuga y cosas así.»
Y ¡bum! Regreso a uno de mis traumas favoritos. Porque estoy moreteada de entrenar karate, me duele todo (todo lo todo del todo) por levantar pesas con «La Bestia», tengo el pelo corto a propósito para poder lavármelo todos los días y mi gran salida de dieta es comer una fruta más al día. Pero no me estoy quejando de nada de eso. Me quejo porque dentro de mí ha de existir un gnomo retorcido y malvado que hace que guste. Sí, me gusta probar si aguanto con 5 libras más hoy. Me encanta servir de mascota para las patadas, porque después me toca a mí. La comida sencilla me sabe a gloria. ¿En qué me he convertido?
Resulta que nuestros cuerpos necesitan presión, incomodidad, para estar en su mejor nivel. ¿Será posible que eso mismo aplique para todo el resto de componentes de nuestra humanidad? O sea, ¿será que para ser mejores personas necesitamos pasar comiendo un poco de lodo? ¿De verdad las tristezas moldean el carácter? ¿Las estrecheces económicas solidifican las relaciones? ¿Los papás estrictos tienen hijos mejor adaptados?
No sé. Yo procuro llegar a mi límite (en lo físico), lo cual resulta ser fluido, porque hoy levanto 5lbs y la próxima semana subo a 10lbs… Y sueño, con mi hijo, en vivir en un mundo al revés en donde comer «bien» sea hartarme de helado y estar en forma sea estar esponjosita.