El Extraño

Las armas siempre me han gustado. El olor de aceite para limpiar pistola y pólvora me trae lindos recuerdos de infancia. Tardes en el polígono con una 9mm en la mano, apoyada contra mi papá, porque a mis escasos 5 años, la patada del disparo me podía tumbar. No es por disgusto que vendí la herencia de mi papá en cuanto solventé los espantosos trámites del DIGECAM. Es que me conozco demasiado bien. La violencia no me es ajena. Una manada a un asaltante en El Trébol, cuando no iban armados y una arremetida con el carro cuando vi a otro sacar el arma, me dejan claro cómo reacciono ante esas circunstancias. Darme un arma en estos tiempos es arriesgarme a mandar un alma al más allá y, sinceramente, no quiero tener ese peso en mi consciencia por un maldito celular. Otro gallo canta si se trata de defenderme, o a mi gente.

Es bueno conocerse a uno mismo en circunstancias extremas. Es mejor prepararse para ellas. Es vital estar seguro de qué hacer cuando se tienen hijos. Ante una emergencia, el poder mantener la calma y llevar a una niña bañada en sangre a la emergencia atravesando la ciudad en 5 minutos, sin que se perciba lo ahuevado que va uno, es útil.

Vivimos con extraños que nos habitan y nos poseen cuando bajamos la guardia de lo cotidiano. Si no nos tomamos la molestia de platicarles de vez en cuando, nos pueden sorprender con reacciones psicóticas indeseables. ¿Sabemos cómo nos comportaríamos ante una tentación muy fuerte? ¿Ante una urgencia? ¿Ante un drama personal? La existencia no es un camino plano y el que está fuera de forma se ve arrasado por las cuestas y las piedras.

Por eso no voy armada. Pero también por eso hago karate.

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