Cuando uno piensa en dos personas que se llevan bien, se imagina que «encajan», como si fueran una daga y una vaina. Mi problema es que yo siempre he sido daga y que han buscado una vaina. No ha funcionado. Imagínense dos dagas: tienen punta, cortan, no se mete una dentro de la otra. No encajan. Pero yo no quiero ser vaina y sólo recibir la punta cortante y no poder cortar yo. No sé. No tengo carácter para eso. Y entiendo que no es para todos.
Ahora, imagínense un par de dagas con filo, largas, peligrosas. Apuntadas una frente a la otra, es obvio que no van. Evoca una pelea mortal. Así no funciona ninguna relación.
Hasta que se pone una al lado de la otra. Las puntas se dirigen hacia el mismo lado. Si se alinean bien parecen una misma. Tienen un mismo objetivo y se dobla su fuerza.
Eso es lo que tengo ahora. Una daga que le hace juego a la mía, que se dirige hacia el mismo objetivo que yo, que me ayuda a cortar, a luchar, a seguir. Incluso, si me falta el filo, allí está mi partner.
Y, a veces, también soy vaina.