Días perdidos

Llueve desde hace una eternidad, o sea, desde esta mañana. Del sol, ni la sombra. Tuve que sacar ropa de frío, mis vestidos y shorts viéndome con melancolía desde el clóset. No recordaba que tuviera esta blusa de manga larga, al menos no es negra. Los colores del mundo se miran como a través de un filtro en grises. No he salido de mi cuarto.

Los humanos poblamos toda la Tierra, aún los lugares más inhóspitos en donde necesitamos ropa y hogares especiales para no perecer. Parecemos una plaga necia que insiste en sobrevivir a pesar de los mejores esfuerzos de la naturaleza. ¿Nieve? Esquiamos. ¿Sol abrasador? Somos morenos. ¿Tierras desérticas? Tenemos camellos. Y así, sobrevivimos. No, es más, prosperamos.

Porque eso es nuestro llamado. Transformar lo que tenemos a nuestro alrededor y hacerlo nuestro de tal forma que nos dé sustento. Hasta una tienda de campaña la volvemos un palacio con un par de alfombras y música inventada. La imaginación nos saca de donde estamos, hasta cuando la usamos para languidecer entre la melancolía de las cosas deseadas y la nostalgia de las cosas perdidas.

Escribir que estoy apachurrada por el clima me hace hacer algo más que estarlo. Imaginar que podría estar en la playa bajo un sol que me acaricie, me saca del letargo en el que me siento metida. Y, ver la lluvia caer en esta constante húmeda, me da un día perdido para guardarlo con otros. También de ésos está hecha la vida.

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