Mi tío me heredó su jardinero con la advertencia que era borracho, pero honrado. Efectivamente, el señor es honrado. Y borracho. Hasta el punto de tener que despedirlo ocho años después.
Me costó mucho. Entiendo que la peor parte la lleva él por quedarse sin trabajar un día a la semana, pero la situación fue incómoda para ambos.
Los humanos preferimos quedarnos en lugares con púas emocionales que ya conocemos a terminar relaciones largas. El dolorcito se nos hace costumbre y la piel ya está abierta en los lugares correspondientes. Los cambios nos detienen. Ya suficiente nos cambia la vida sin necesidad de hacer nada, comenzando con la propia apariencia.
Pero llega el momento en que algo se vuelve insostenible y hay que cortarlo de raíz. Como el cuento del perro al que le quitan la cola por pedazos para que no le duela tanto, las cosas a medias duelen todas las veces que se tocan. Es mejor de una.
Cuando la insatisfacción ya es tan grande que mejor afrontamos el asunto, nos armamos de valor. Todo rompimiento duele. Aunque sea con un señor al que miraba una vez a la semana. Era parte de la casa y me dio mucha pena tener que decirle que no viniera más.