Dejarse consentir

Creo que a veces tomamos papeles de los cuales nos cuesta salir. Digamos que yo me he adueñado de la capa de la «cuidadora» en la casa, la que hace los pasteles de cumpleaños, las cenas de amigos, la que cura enfermedades, mete niños a la cama, hace maletas y balancea todo al mismo tiempo. Al menos así me lo parece a veces. Como hoy, que tenía media hora de retraso en el horario planificado para salir de la ciudad, no me había bañado, aún me faltaba traducir lo de los lunes y todavía tenía que ir al súper. Las maletas, excuso decir, no estaban ni subidas, menos hechas.

Nosotros mismos nos agobiamos con las asignaciones cada vez más grandes que nos ponemos. Como si nos gustara la vuelta extra de presión en el torniquete de la vida. Y, pues, no es así tanto la cosa. No somos carbones.

También pasa que, para personalidades extremistas como la mía, el hecho de decir «con tanto no puedo» es una vergüenza. Enorme. Yo puedo. Con todo. Hasta que ya no. Y me quedo sin querer hacer nada.

No pareciera que debe ser así la cosa. Hay un poco de balance entre lo que podemos abarcar y lo que debemos hacer. No sé en dónde, pero hay. Tal vez pueda alguna vez decir que no puedo.

Cada uno de los niños llegó con un problema y a ambos los mandé a solucionarlos solos. Al menos eso sí sé hacer.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.