Me armé de valor y fui al vivero a comprar plantas para mi jardín. Me he estado haciendo la loca, no queriendo enfrentar a ese momento. Es que no sirvo para la jardinería. Todo se me muere. Hasta los cacti.
Dejamos muchas veces las cosas que más nos cuestan para último momento. Las decisiones difíciles las dejamos reposar como si necesitaran marinarse. Los exámenes médicos los postergamos hasta para después de morirnos, si es posible.
No hay nada de misterioso en el asunto. Ya de por sí hacemos cosas que no nos gustan. ¿Por qué hacerlas de voluntario?
Pero el flujo de la vida obliga a dar esos pasos a riesgo que nos ahoguemos en una poza de indecisión. Las cosas enterradas se pudren. Eso está bien para el abono, pero no para una vida.
Si ya sabemos que tenemos que hacer algo, pues mejor hacerlo y que salga, aunque sea mal.
Le estaba dando tantas vueltas al jardín, que si contrataba a alguien, que si pedía ayuda… me iba a quedar con la bouganvilia salvaje y grama para eterna memoria. Estoy segura que alguien más podría diseñar algo mucho mejor que yo. Pero quién sabe cuándo lo hubiera hecho.
Ya compré las plantas y dije dónde las quiero. Que salgan y prosperen.