Criar hijos independientes es un trabajo que tiene como recompensa este tipo de respuestas de una niña de cuatro años: «Mama, tú no lo sabes todo de la vida. Yo sí.» Menos mal que iba manejando y no me pudo ver la risa que quería escaparse hasta de mis orejas.
Y es que mi mayor ilusión es, no que se me adelanten en el camino, sino que se vayan por el suyo propio. Veo mi vida como un camino que a veces recorro sola, ahora acompañada y por el que voy guiando a mis hijos hasta que puedan tomar una bifurcación.
Caminar, avanzar, progresar. Ésa es una de las metas de este mundo. El escenario a los lados lo levanta uno y la dirección es una mezcla de consecuencias de actos escogidos y circunstancias externas. Uno tiene control sobre el paso que toma y a quién acompaña o por quién se deja acompañar en el camino. El mejor regalo que se les da a los que uno tiene a su cargo es una buena brújula moral con la que naveguen cuando les toque agarrar su propio rumbo.
Por eso, aunque me quita el aliento que se crean tan autosuficientes, me agrada que los enanos que caminan conmigo ahorita sepan que tienen la fuerza para ir solos. Espero que siempre quieran compartir un poco de su recorrido conmigo.